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martes, 1 de febrero de 2011

Libertad

Se hacía de noche en Triacastela y acababa de formarse un grupo de entre diez y quince personas en torno al cual seguir haciendo el Camino de forma más o menos conjunta. Estábamos en corro, tumbados en el cesped  entre cervezas, costo y risas. 

De cuando en cuando se acercaba algún peregrino que aceptaba de buena gana dormir en el pasillo o en el porche de la entrada, y me llamaron la atención dos chicas bastante cansadas que no mostraban intención alguna de seguir hasta la siguiente parada. Una era canadiense, creo, la otra no recuerdo. Les hablé de una pequeña capilla de piedra al final del pueblo y que estaba abierta a quien quisiera dormir allí. Les pareció estupendo.

Las acompañé y les presté para pasar la noche una esterilla que apenas usaba. Al día siguiente me asomaría a recogerla cuando empezara la ruta.

A las seis me volví a levantar como rutina, y era todavía de noche cuando crucé el pequeño cementerio que rodeaba la iglesia. Daba bastante canguelo, la verdad. La puerta estaba entornada y la imagen se me quedó grabada. Estaba todo en penumbra, obviamente, y en el altar dos luces bailaban en el aire como luciérnagas, al ritmo de unas voces que no sonaban a inglés. Me acerqué despacio, quizá por miedo a interrumpir lo que fuera aquello. Poco a poco distinguí la silueta de las dos chicas y sus cintas-linterna atadas a modo de visera. Una de ellas sostenía lo que supuse una biblia y cantaba versos sueltos en latín. La otra lo repetía poninendo más énfasis en la melodía. Parecían en estado de éxtasis.

Al verme, y sin interrumpir los cantos, la que estaba más cerca me ofreció la esterilla, sonrió y me besó  muy tierna en la frente. Susurró un thank you al que siguió la otra chica, y el otro beso. Sin más, volvieron a lo suyo y supuse que ya habían terminado conmigo.

Me di la vuelta y me marché con cara de gilipollas. Preguntándome qué coño fue aquello.

Es una de las experiencias más raras de las veces que he hecho el Camino. Hoy escucho que dos ex-peregrinos que se conocieron por esas rutas decidieron meses después emprender un viaje mucho más largo desde el Kilómetro Cero en Madrid a Jerusalem. Entre quince y dieciocho meses de trayecto sin medios ni dinero. Entretanto, la idea de experimentar sin máscaras y una profunda búsqueda tras de la libertad de no tener nada.

No existen convicciones religiosas de por medio. O no tiene porqué haberlas. Lo simple se vuelve heroico y me veo en la necesidad de algo parecido en un futuro.

2 comentarios:

  1. Pues sí que es un caso curioso... recuerda a las Sonatas de Valle... y algunos relatos mevievales. Por no hablar de lo cinematográfico que es (¿has visto la última de los Sheen...?).

    ¿Sabes qué? El libro sobre el que escribo la tesis se titula "El Peregrino"... ¡y justo en mi descanso encuentro tu entrada!Casualidades...
    Un abrazo fuerte.

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  2. "Cuando uno viaja, siente de una manera muy práctica el acto de renacer... uno pasa a ser más accesible a las personas...
    Por eso la peregrinación siempre fue una de las formas más objetivas de conseguir llegar a la iluminación. La palabra pecado deriva de Pecus, que significa pie defectuoso... La forma de corregir el pecado es andando siempre hacia adelante, adaptándose a nuevas situaciones y recibiendo, a cambio, las bendiciones que la vida da...

    "El peregrino de Compostela" Paulo Coelho.

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