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viernes, 11 de febrero de 2011

La caída del faraón

Escribo estas palabras muy relajado, sintiéndome flotar a milímetros del suelo. La sensación me gusta, es reconfortante y encuentra su igual en la calma que nace tras la tormenta, y la tormenta no es más que un enfado extremadamente infantil conmigo mismo. Es curioso cómo cuerpo y mente pueden estar tan relacionados entre sí sin que uno se dé cuenta. 

Entretanto, la última hora nos dice que Hosni Mubarak renuncia tras treinta años amasando millones de euros en paraísos fiscales. El "poder" pasa a manos de un consejo militar que gestionará los asuntos de estado hasta las primeras elecciones libres y democráticas del milenio. Tras muchos dimes y diretes, y un paso hacia adelante por cada dos hacia atrás, quedan otras tantas imágenes de todo esto. Recuerdo los ojos del soldado que perdió aquel martes los estribos, apuntando con el fusil a los manifestantes y gritando con su mirada que no quería morir. Las declaraciones de esa muchacha en la plaza Tahrir: la calle ha hablado, no hay que tener miedo. 

Probablemente muera (el faraón) plácidamente en una finca de las Bahamas: hay personas tan hijas de puta que se marchan entre incienso. Otros antepasados suyos tuvieron menos suerte, se crearon complots en su entorno más cercano para liquidarlos y algunos acabaron muy mal por eso. "Que parezca un accidente", decían. Ramsés II tuvo más flor, descubrió el pastel a tiempo y su ira cayó sobre las cabezas de los culpables. En concreto, "los verdugos les cortaron la nariz y las orejas, castigo que se reservaba a los prefectos y magistrados que abusaban de sus funciones" (www.muyinteresante.es/un-dia-en-la-vida-del-faraon). 

Casualidades, la foto del año para Wordpress es la de una chica afgana cuya nariz y orejas fueron amputadas como castigo por su supuesta infidelidad hacia su marido. La instantánea no deja indiferente, y te planteas por qué hemos cambiado tan poco de un suceso a otro.

El mundo padece demasiados problemas como para preocuparse uno por tonterías. Pero así somos, tenemos que sentirnos bien para querer construirlo (el bien).

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