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sábado, 19 de marzo de 2011

Mi trabajo

consiste, en parte, en hacer cosas que a otros no se les ha ocurrido antes. Bien es cierto que muchas veces no son ideas mías, porque no me pagan lo suficiente para planear el asesinato, y asumo un papel de mero brazo ejecutor. Ya tengo a otro/s que lo hagan (pensar), así que me limito a transformar lo abstracto en algo tangible. Qué bonito.

Formo parte de las tropas rebeldes que tratan de no ser seducidas por el lado oscuro de la Fuerza, donde es relativamente fácil toparse con onanistas ilustrados que, a causa de otra noche sin follar, madrugan frustrados con el firme propósito de frustrar también al compañero. (Nadie les dijo que hay señoras en rotondas dispuestas a dibujarte una sonrisa.) Son de esos a los que conceptos como 'mejora' o 'crítica constructiva' les irrita las encías, viven de puta madre apoltronados en el sillón de la ignorancia, y en los días pares se les ocurre estirar su pierna mala para ver si ponen la zancadilla a quienes practican el buenismo. Probablemente no necesiten gafas para ver a más de un palmo de sus narices: saben que les será imposible. Carecen de ganas y de cierta perspectiva, mas son listos como ellos solos, y han sabido subirse a una atalaya de la que no es nada fácil bajarles. (Es lo que oí hace poco, que la mayoría de los altos ejecutivos no saben escuchar. Interesante.)

Exigen cuando se aburren demasiado y tienen cierta tendencia a atribuirse como propios los méritos ajenos. Son animales de foto y apretón de manos. Les gusta, sin duda, llamar la atención a través de una práctica muy común conocida como el arte de 'tocar los cojones'. Y a ti que te los toquen te encanta, pero no ellos, así que por no mandarles a Mijas y  poder liberar estrés acabas también en ese pozo del onanismo que tanto conocen (y conoces), pero con otro enfoque.

Mi trabajo es muy bonito, no se crean, y muy bien retribuído. Por eso busco otros y doy clases particulares, porque en el fondo voy sobrado. Y en ese mismo fondo me sé contento y... va, venga, no me quejo. Es sólo que los acólitos del Imperio, lejos de hacerte mejorar, te quitan a veces la poca ilusión que tienes por hacer de tu empeño algo digno, y que anden sueltos por ahí con los bolsillos llenos y sin importarles tres cuartos el objeto de su oficio... no mola. 

Por suerte, quienes usamos sable verde no cesamos en nuestro empeño por avanzar, por ser mejores y por tratar de hacer las cosas como entendemos que deben hacerse. A lo mejor, más pronto que tarde, descubrimos que el enemigo no es nuestro padre, y por eso hoy no tenemos nada que celebrar con ellos.

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