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lunes, 7 de marzo de 2011

Mi reflejo

Mi reflejo en la pantalla muestra a alguien que lleva más de dos semanas sin afeitar y ojeras de muchos años. Su mirada es de cansancio, y también hay cierto bruno en esa intensidad fingida. No te pierdes en él, sin embargo. El gesto es serio, perenne e inequívoco. El mismo que es capaz de mostrar durante horas sin darse un solo respiro. Su seriedad dicen que denota madurez, seguridad y una cierta inteligencia, y puede tan sólo que de niño se empeñara en cerrar la boca para ocultar unos dientes mal colocados. Su pelo es corto en exceso, y no termina de encajar su cara de pan en un marco tan escaso. Su nariz, prominente, le recuerda a su madre, y sus labios, estrechos y carnosos, le distancian de los que hubiera preferido tener. Cuando habla no encuentra el punto medio. Se gusta en momentos pero es consciente de una elocuencia insuficiente, sobre todo en los momentos de duda, nervios o explicaciones que no le interesa dar. Se sabe cómodo en la última fila, y se siente seguro en el silencio. 

De fondo, árboles desnudos que se piensan más de lo debido si aflorar o no, un parque con perros que arrastran de la correa a su mascota, vecinos que encuentran en el paseo un pasatiempo y desempleados que emplean las litronas como balsámo. 

De vez en cuando, estudiantes que vuelven del instituto me observan y tal vez se pregunten qué hace un señor de mi edad sentado en el banco con su portátil, mirando ensimismado a la pantalla.

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