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viernes, 11 de marzo de 2011

11M

Hace siete años escuchaba en duermevela nosequé de una bomba en Atocha. Fue el sonido con el que desperté: sobresaltos por la radio y noticas confusas sobre explosiones por la zona de Vallecas.

Por aquel entonces pesaba diez kilos menos que ahora (mi delgadez era más que evidente), trabajaba en un almacén logístico en un polígono de La Garena e iba haciendo entrevistas de cuando en cuando para puestos relacionados con la ingeniería. Entraba a las diez de la mañana y el recorrido habitual de unos 20 minutos en coche se convirtieron en más del doble. En la oficina encontré caras de circunstancias, ese día no tenían sintonizada ninguna emisora de música, todo eran últimas horas. Fue una mañana extraña, los transportistas tardaban en llegar y los pedidos eran menores que otros días. El ambiente también estaba enrarecido. Recuerdo que saboteamos la máquina de snacks haciendo bastante el ganso. Nos perdíamos entre pasillos para fumar o decir sandeces y cualquier excusa era buena para tomarse un respiro. Lo que menos nos apetecía, o a mí por lo menos, era trabajar. Me escapaba de vez en cuando a la oficina, y cada vez que entregaba un pedido realizado la cifra oficiosa de muertos y de heridos crecía de forma exponencial. Oías indicios que apuntaban a Eta y en según en qué emisora se mezclaba el sonido de Al Qaeda.

Me llamaste desde Gijón, preocupada. Ajena a si por esa época cogía o no el Cercanías. Uno o dos años antes podía haberme tocado perfectamente. La facultad estaba junto al pueblo de Vallecas y estaciones como Santa Eugenia, El Pozo o la misma Atocha estaba aburrido de pisarlas. Es cuestión de etapas y de la suerte que te toque. Peor suerte le tocó a Rodolfo Benito, conocido de vista y amigo de mi hermano, cuya fundación en su nombre es una de las que mantiene vivo el recuerdo por las víctimas y promociona el mérito académico.

Al terminar el tabajo, un compañero que solía echar horas logró escapar antes y traté de acercarle a la Renfe para ir a Alcorcón, donde vivía. Por entonces aún no habían abierto el apeadero de La Garena y Alcalá y alrededores eran un caos circulatorio. 

Fueron semanas agitadas. Las previas y las siguientes. No hacía mucho había ido a la gran manifestación en Madrid del 'No a la guerra'. Uno o dos dias más tarde del atentado, creo, un viernes, me sumaba también a la que hubo en Alcalá por las víctimas. Llovía.

El domingo fueron las elecciones generales y la sensación de demasiados cambios en pocos días permanece. Seguían las noticias contradictorias, las filtraciones y la necesidad a cada minuto de querer respirar con la calle como excusa. Era una conciencia constante de estar viviendo una etapa histórica en muchos sentidos, para bien o para mal, y cierta paradoja frente a un momento en lo personal ciertamente dulce.

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