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miércoles, 16 de marzo de 2011

Mi mochila

Veo esta mañana en las noticias el lanzamiento de una nueva mochila ergonómica para escolares a 42 euros la pieza. No estudia por ti, que por ese precio ya podría, pero en su lugar se ajusta a la altura del niño para que como mucho le valga para un curso. Además está dividida en dos compartimentos por un cartón, para que entienda de una puñetera vez que debe poner lo que más pesa en el del fondo y así se ciña más a su espalda, y por si fuera poco viene con cierre a la altura del pecho y de las lumbares, como cualquier equivalente de trekking. La cosa está muy bien... Ironía.

Hace unos días cogí la mochila de una de mis alumnas y casi me da un tirón, y no es que yo ande cortico de fuerza, precisamente. Con esa misma alumna traté hace meses de colocar todos sus libros en un espacio diáfano no poco grande de un armario, y cuando fuimos capaces de reunir todo su material aquello era de foto. Y es que es curioso lo del negocio editorial, en el instituto utilizaba muchos menos libros que en el colegio y en la universidad apenas si me compré uno o dos y por gusto. El saber emplea caminos caprichosos. 

Mi madre aprendió a contar con instrumentos de madera que tenían en el aula, y a escribir con cuartillas de caligrafía que ocupan lo que un pasatiempos. Eran otros tiempos. Ahora cada bobada requiere de unas ilustraciones que te cagas a 2 euros las 10 páginas, pero hay que dar de comer al sector. Si por lo menos aprendieran.

Porque esa es otra. Bien es cierto que he dado clases a chavales que, obviamente, las necesitaban, y entiendo que no es la regla habitual. El que más y el que menos tenía un Android / IPhone / móvil de última generación, muchos su propio portátil y conexión de banda ancha (yo escribo esto helado de frío y desde la terraza de mi casa, enganchado vete tú a saber a dónde), campamentos de verano en Ohio, y algunos los había hasta que practicaban hípica. Y todo eso es guay, y hasta me alegro de que vayan a colegios de pago y lleven uniforme para que los demás no se metan con ellos por si repiten dos días seguidos camisa o jersey de pico o no llevan el pantalón a la altura de la rodilla. Pero si al menos aprendieran.

Les queda los libros, no obstante, muchos de los cuales tirarán según pasen a otro curso, a falta de hermano pequeño que los pretenda heredar sin éxito (cuando quisiera llegar al mismo nivel se habrían quedado obsoletos, pero es lo que tiene el avance inexorable del conocimiento). Ojalá al menos los reciclen, porque de repente me viene a la cabeza tu iluminada pregunta sobre por qué había que reciclar. Tenías barba incipiente.

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