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lunes, 28 de marzo de 2011

del Escenario

Pero cómo explicar
que me vuelvo vulgar
al bajarme de cada escenario.

Preguntabas si entendía a qué te referías, y afirmé con la cabeza: "Pues claro que lo entiendo". Eso de haberse perdido en algún momento del camino y tratar de averiguar dónde para poder encontrarse de nuevo. Yo, por ponerte un ejemplo concreto y aunque no lo parezca, prometía mucho de pequeño, al menos en algunas cosas. Un estudiante extraordinario, que se esforzaba en lo que hacía, que era constante, que conocía el sacrificio y el valor del mérito, bla, bla. Supongo que ante los ojos de algunos guardaba las premisas que se presuponen en alguien que va a llegar lejos y todo eso.

Luego, cuando tu pelo se convierte en caduco, vas aprendiendo que todo eso está muy bien pero en el fondo son patrañas, y que el éxito personal (que aglutina al resto del catálogo) bebe también (y especialmente) de otras muchas fuentes. En esa fase embrionaria en la que me creía medianamente inteligente, tan sólo me creía eso, a falta del resto todo lo demás. Me sabía de los tres últimos en ser elegido para un partido de fútbol, me quedaría sentado esperando en un baile de fin de curso imaginario y lo de celebrar mi cumpleaños no iba mucho conmigo, así que sentarse ante un examen y hacerlo relativamente bien pues sí, te daba gustico, pero ¿luego qué? Luego tocaba bajarse del escenario.

Y creo, supongo, o vete tú a saber, si tuvo que ser un mal comienzo en algo, porque cuando se arranca mal te persigue ese tropiezo, pero no están las cosas como para tumbarme en un diván. Tal vez mi destino no eran los tubos de ensayo ni las matrices, oye, ni ganarme bien la vida o ser relativamente feliz en lo que soy y en lo que hago, y he elegido, tan sólo, la opción más coherente para conmigo mismo. El camino correcto. Pero no hay elección sin duda, o al menos no la hay para mí, así que entretanto me seguiré preguntando dónde quedó ese Lández que soñaba con cohetes espaciales y películas de sobremesa.

Pero también te digo que estamos a tiempo. Siempre lo estamos. Así que la próxima vez que veas a un adolescente leyendo a Nietzsche, llama a la policía (alguien así no puede ser inofensivo), pero antes le trincas el libro y te tumbas en un parque a (re)leerlo entre cenizas de un cigarro.

Dentro de nosotros debemos guardar una imagen de lo que quisimos ser, y debe estar gritando por querer salir de nuevo.

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