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sábado, 30 de abril de 2011

Todo va bien

Hay una escena en 'Across the Universe', película probablemente denostada por más de un acérrimo fan de los Beatles (o no), en la que un muchacho comienza cantando a capella el 'Let it be' de McCartney con los disturbios de Detroit como contexto. La imagen escarpa, sin duda, y ayuda (creo) que nunca tres palabras tuvieran tanto que decir en una canción. El montaje en paralelo simultanea dos pérdidas, dos entierros, y el piano arranca por debajo para que la solista del coro prosiga con la versión.

Son dos minutos que he revisado un par de veces esta mañana, mientras peleaba conmigo mismo para no sentarme en la mesa de edición. Y luego he pensado: mis alumnos aprueban, mi jefe está contento conmigo, vuelvo a ser dueño y señor de la casa, la brisa agita, yo estoy sobrio y alguna vez habrá una respuesta (como también dice la letra). 

Todo va bien.

La brisa

No hay nada como el alcohol para desinhibir cuerpo y mente. 

Es algo que tengo comprobado desde mi fase oral y en lo que me he ido reafirmando en todo este tiempo. Es algo, también, especialmente necesario para nosotros, los tímidos de oficio, que nunca nos hemos acercado a la chica para invitarla a una copa ni hemos encontrado en el espejo las razones para que fuera la chica quien se nos acercara a nosotros. 

Por eso y por tantas otras cosas recurrimos al alcohol, sin duda (mientras escucho a Tom Petty) en cualquiera de sus formas. La edad, quizá, o los efectos secundarios, me inclinan por un buen (o mal) vino, porque con una copa delante soy más consciente de la brisa que agita la copa de los árboles y de repente todo entra en una extaña armonía. Uno se siente más ínfimo y más grandioso a un tiempo, y las ganas, los malentendidos, los silencios, las espinas que quedaban clavadas... se curan con las palabras que no nos dejamos dentro. 

Con los actos que sólo habitaban en la imaginación.

jueves, 28 de abril de 2011

Balance de resultados

Ayer pensé muy de mañana que todos somos sociedades limitadas unipersonales, con o sin carné. Así, sin más. 

Y es que estamos a todas horas valorando riesgos en el juego, midiendo la toma de decisiones, implementando (o conservando) nuestra cartera de clientes, declarándonos en quiebra, escrutando el mercado, invertiendo, pidiendo microcréditos, tratando de ser productivos, no perdiendo el ojo a la tesorería y, a la hora del cierre, comprobando una y otra vez si cuadran el debe y el haber.

María

Sólo piso una iglesia en bodas, bautizos, conciertos y funerales. En las tres primeras suelo vestir corbata o cámara de vídeo, según la ocasión, pero hoy me tocó la cuarta opción, y en eso no me pega ninguno de los dos complementos. 

El cura comentó tras el sermón el pasaje en el que Jesús se aparece resucitado a dos que se sumaron al festín de la última cena, y hablaba de la desolación del cristiano si pensara que tras la vida no hay nada, o de que el dolor compartido pesa menos, entre muchas otras cosas igualmente profundas. La mayoría se santiguaba, cantaba las canciones y salía a comulgar. En el otro extremo la gente como yo, que cuanto más trataba de abrirme a la ceremoniosidad del acto más tonterías se me pasaban por la cabeza (hay veces en las que uno no sabe estar a la altura). Y tampoco sabe uno qué decir en esos casos; entre estar pendiente de saludar a prim@s y consortes, tíos, tías y demás conocidos, o cuidar que la camisa no se salga del pantalón... uno se ve excedido por los compromisos protocolarios, así que la doble palmada y algún "vaya palo" (frase a la altura de un prepúber) he tratado de salvar la papeleta.

No recordaba el camino al cementerio, por cierto, porque siete u ocho años hacen olvidar muchas cosas. Una vez allí, ver la cara de tus hijos mientras te portaban y la de tus hermanas mientras eras enterrada me ha hecho que se me humedecieran sin querer los ojos. (Un fallo lo tiene cualquiera.) Tantas gafas de sol disimulan muy bien una lágrima, y se me ocurre que apenas si lloramos por ti sino más bien por nosotros mismos, que te perdemos. 

Me quedo con tu imagen en la cocina, con cara de muy mayor (igualita que el abuelo), con los brazos llenos de marcas, agotada pero sonriente y rodeada de dos de tus nietos. Te diría entonces eso de "cuídate" al despedirme, supongo (lo que hago a menudo), y creo que pensé: "quizá haya sido la última vez que la vea". Uno a veces quisiera saber cuándo ocurre eso, lo de la última vez de tantas cosas, para así elegir bien lo que hace, lo que tiene que decir y luego recordar todo eso con orgullo.

Como todavía no he adquirido ese poder, te lanzo un beso y un abrazo desde estas líneas. No sé si te llegarán, pero uno siempre se queda más tranquilo y sabe (porque lo leyó vete tú a saber dónde) que hay cosas que sobreviven a la muerte: el arte, el amor o el recuerdo son sólo tres de ellas.

martes, 26 de abril de 2011

Piloto

Y llegó un día marcado en el calendario, aunque con tinta invisible: la visita al piso piloto. Suena extraño, porque ni es tu piso ni estás en esa fase de picoteo de aquí para allá para decidir dónde vas a plantar el culo durante los próximos años, pero para el de al lado firmante, que se metió en este lío hace casi ya un par de años, pasar de ver un dibujito a escala a palpar cómo será el váter en el que pasarás tantos y tan buenos momentos es un paso del cual me he querido hacer eco. Disculpen mi entusiasmo.

Maldita visión espacial. Es como si ya hubiera estado ahí antes. Ahora el dormitorio, a tu derecha el baño. Y yo haciendo fotos, como un japonés, y anotando mentalmente: "aquí va la toma de teléfono, aquí un punto de luz, arriba la llave de paso, y los armarios... joder, 500 euros cada uno... va, sin armarios, ¿y la persiana de la cocina?, hay gotelé en el techo" bla, bla. Y todo esto entre amigos, claro, con otros diez o quince futuros vecinos, entre los que me fijo nada más entrar (por el salón) en la de enfrente, compañera de rellano y probablemente necesitada de sal y otras cosas en algún momento de nuestro largo y esperado futuro casijuntos. (Suspiros.)

Un primer paso, insisto. "¿Y cómo pondré el sofá?" Grita mi cabeza. "Calla, hombre, ya habrá tiempo", le respondo. Y así, un debate a dos bandas que me agota en el ratillo que estás dando vueltas, mirando y remirando. ¿Y será luminoso? ¿Y aislan bien las ventanas? Oh, bullshit!. Si con que no me moje si llueve y tenga dónde enfriar la cerveza, de verdad que me contento. Viviré como un eremita ahogado en su deuda y sin dinero para calefacción, si las cortinas combinan o no con el añil de tus ojos no es algo que me preocupe por ahora, darling.

Y ahí vamos, haciéndonos mayores con eventos de este tipo, lanzando guirnaldas al aire y tocando el trompetín. Como extra, además, te regalan kilo y medio de acojono para que te lo lleves y lo calientes antes al microondas. Minuto y medio. Al sacarlo, no ves en él las ganas de autodependencia, no, que esas ya las pones tú, sino la inquietud de si te dejarán o no explotarlas (las ganas).

domingo, 24 de abril de 2011

En plural

Utilizas “nos” cuando dices que las alubias te gustan en salsa de tomate. El detalle se extiende a muchos otros gustos que, parece, compartís, y es curioso porque yo no me recuerdo utilizar la primera persona del plural de esa forma. Parece que, en todo momento, trataras de demostrar(me) que lo vuestro funciona, que sois así, pares, y que lo tenéis tan asumido que hasta desemboca en vuestra manera de hablar de las cosas más cotidianas. A mí, que en el fondo me trae sin cuidado si te gusta con o a tu compañero sin, sólo se me puede ocurrir preguntarme hasta qué punto os habéis adaptado el uno al otro, y en qué os parecéis al vosotros de un tiempo atrás. 

Con la moviola surge también la idea de hasta qué punto me muestro transparente o no en los demás. Si me preguntan, soy capaz de responder a veces, pero reconozco que es complicado cuando tanto me es indiferente. Y también dudo en eso, en si es indiferencia o simpleza (y tengo miedo por si la encuentro). Pero no, no me creo simple del todo, sólo pereza al hablar sobre según qué temas, ni siquiera en singular. (Lo que uno más conoce, con quien uno más tiempo pasa.)

A mi bisabuelo Benito su entonces novia le preguntaba: "¿te pasa algo?" y él respondía "no". Le volvía a preguntar: "¿te pasa algo?" para recibir la misma respuesta. Así hasta tres veces,  y concluía: "entonces es que serás así". Pues eso.

Miscelánea

Decía Chaplin que la vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso, nos animaba a cantar, reir, bailar, llorar y, en definitiva, vivir intensamente cada momento antes de que bajara el telón y la obra terminara sin aplausos.

De eso creo haber hablado alguna vez en este blog, pero lo de arriba no deja de ser parte de un pequeño esfuerzo por memorizar lo que aparece escrito en el mes de abril de tu habitación, hoy no estoy para chapas y vete tú a saber si lo dijo Chaplin o la madre que lo parió. Mientras tanto, la ciudad se me ofrece como una fantasma de sí misma que invita a reencontrarme con viejos (des)conocidos, como esa frase que bien podría formar parte de un guión de sobremesa: de sexo nunca hablo, de sentimientos no tengo de quién hablar. Sale el sol y se encapota con la misma variabilidad con la que oscila mi estado de ánimo. Estar de Rodríguez me adelanta lo que será mi vida en breve y, mientras tanto, todavía me es complicado desenredarte de mi cabeza, como dicen las canciones.

Miscelánea de resurrección (servir en vaso frío).

sábado, 23 de abril de 2011

Entre 90 y 120 (minutos)

Tenemos aproximadamente diez minutos para plantear la historia, hacer partícipe al espectador tanto del universo donde transcurre (realista, fantástico, contemporáneo, histórico, drama, comedia, farsa, épica...) como de sus licencias,  presentar al/los personaje/s principal/es y convencer a quien ha comprado la entrada de que le merece la pena quedarse un rato más en la butaca. 

Sobre el minuto 10 encontraremos el detonante que nos empuja a la aventura y sugiere el tema de la película. Puede suponer una pérdida o una ganancia para el personaje, un empuje a su favor o un revés inesperado. Esto, por supuesto, puede venirnos dados en el minuto 1 si queremos, o quizá arrancar la narración in media res para luego írsenos revelando el resto de la información. Con los golpes de suerte hay que tener cuidado, ya que cuanto más tarde ocurran menos creíbles serán.

Aquí termina el primer acto o introducción.

A los 25 minutos o media hora vivimos el primero de los dos puntos de inflexión importantes y que nos abre la puerta del  segundo acto o desarrollo. Este giro supondrá un cambio en la fortuna del personaje, y le mete de lleno en un lío del que no "podrá" escapar sin encargarse de su resolución. El desarrollo puede prolongarse 45 minutos o algo más de una hora, dependiendo de un metraje final de entre 90 y 120 (minutos). Se ahonda en los conflictos y motivaciones de los personajes principales y hay cabida incluso para la presentación y tratamiento de alguno nuevo que enriquezcan a su vez la narración con tramas secundarias. 

A mitad de metraje, en torno a la hora o algo menos, podemos darnos el lujo de introducir algún pequeño giro del estilo al que abría y cerrará este segundo acto, pero sin alcanzar su dimensión ni importancia. El desarrollo suele ser lo último en idearse, en tanto en cuanto uno parece tener claro cómo empieza su historia y cómo ha de acabar, pero no siempre lo que ocurre entre medias. Es difícil no caer en el tedio y mantener lo que nunca ha de perderse: el interés.

Llegamos al tercer acto con otro punto de inflexión como mínimo a la altura del primero, que nos precipita a un desenlace final de duración no mayor a los 15-20 minutos, y que culmina en un final o clímax que se exige a un tiempo necesario e inesperado. Ésta es sin duda la parte más tocapelotas de cuadrar con el resto de la historia, ya que determina el éxito o fracaso de la propuesta. 

Tendremos que dejar resueltas todas y cada una de las tramas que hemos ido abriendo anteriormente y no dejar al espectador con la sensación de haberse visto conducido durante más de hora y media hacia un destino aburrido y previsible. Tras el término de nuestra narración, que será más intenso cuanto más se haya puesto en juego por parte de los personajes, se nos permiten cinco minutos extra post-orgasmo para echarnos el cigarro. Aquí se nos muestra el nuevo rumbo que toman los personajes, y cierra (o por el contrario deja abierto a futuras secuelas) definitivamente el círculo.

Éste es, a trote cochinero, el esqueleto para que un guión funcione. Bienvenidos a las normas: ahora podéis saltároslas. 

Huecos

Tras mi primera vez comencé a ver al resto de personas de otro modo, especialmente si era mujer. Yo era muy niño entonces, algo más que ahora, incluso, y no importaba cuántas revistas hubiera ojeado entre el colegio y el instituto, o cuánto porno hubiera consumido de adolescente: aquello, tener delante de ti otro cuerpo, tan desnudo como el tuyo, tan cálido y sonoro, y sobre todo, tan real, superaba con creces cualquier aproximación previa a lo que llevabas años esperando y alejando inconscientemente a un tiempo. 

Esa nueva mirada, sin embargo, se fue perdiendo (o yo acostumbrándome a ella) a medida que el sexo comenzó a ser algo parcialmente habitual en mi vida, con sus lapsos, sus paréntesis y sus puntos suspensivos. De alguna forma, esa manera distinta de ver al otro se resumía en un mayor respeto a todos los niveles, cierta admiración y un pedazo de lamento interior que apelaba al tiempo perdido. Esta sensación, la del tiempo perdido, es la que más tiempo lleva conmigo desde entonces, pero supongo que es algo a lo que todos damos vueltas alguna vez y que enriquecemos cuanto más pensamos en ello. La bola de nieve.

Entre foto y foto, en las que uno siempre trata de salir mejor de lo que es y a veces hasta sonríe, quedan los huecos, como escuché hace un rato. Lo que tratamos de rellenar con nuestras experiencias, a veces con las ajenas, y de vez en cuando hasta con deseos incumplidos. La vida, o al menos la mía, ofrece más huecos que fotos, y yo me ahogo en ellos como alguien que, sabiendo nadar, siguiera obcecado a tenerle miedo al agua. 

Y eso es lo que uno trata de descubrir en cualquier recién llegado, al fin y al cabo. Abrir el álbum que nunca enseña y ocupar parte del vacío que nunca te cuenta.

jueves, 21 de abril de 2011

diegocentrismo

A Frida le duelen los huesos
y mirándose al espejo
pinta todo su dolor.
A Frida le duele la vida
y aprendiendo de su herida
llena todo de color.

Diego mi Diego, Diego mi amor,
por qué pienso que eres mío
si eres sólo tuyo y Diego,
si eres sólo tuyo y Diego...

Frida miró al elefante
y empezó a desdibujarse
pero nada le importó.
Diego miró a la paloma
y la amó entre tantas cosas
entre el lienzo y pasión.

Diego mi niño, Diego pintor
por qué pienso que eres mío,
si eres sólo tuyo y Diego,
si eres sólo tuyo y Diego...

Frida descansa en el lecho
y se pinta hasta en el pecho
con tal de sobrevivir.

Diego mi amigo, Diego igual Yo,
por qué pienso que eres mío,
si eres sólo tuyo y Diego,
si eres sólo tuyo y Diego...

El Elefante y la Paloma
Pedro Guerra (Raíz)

Prohibido prohibir

Prohíben la marcha, manifestación, procesión o X que iba a tener lugar en Lavapiés, promovida (entre otros) por la Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores, y me jode. Era un acto que venía no sé muy bien a cuento de qué, ni qué querían reivindicar justo en estas fechas. ¿El fin de las procesiones, el adiós a la Semana Santa? Supongo que dar un poco por culo, en algo que resulta absurdo además de oportunista, pero en cualquier caso no me gusta que se les haya callado la voz por vete tú a saber presiones de qué tipo.

Si lo que quieren es apostatar, que reclamen la plena libertad y facilidades burocráticas para poder hacerlo, pero no entiendo a cuento de qué burlarse de lo que otros crean o dejen de creer. Los actos de Semana Santa trascienden lo religioso y se convierten en algo que forma parte de una cultura que, mal que nos duela, bebe de la religión católica. Es folklore y tradición, y yo que no soy creyente lo encuentro hasta emotivo en según qué momentos. ¿Eres ateo? Enhorabuena. ¿Eres creyente? Mejor para ti, que encuentras consuelo. ¿Nos fastidia que corten cuatro calles porque procesiona la Antigua, Insigne y Fervorosa Hermandad del Cristo del Azucarillo Edulcorado? Tío, vete a la playa si puedes y si no quédate dentro del bar. Nadie te critica porque te vayas a jugar al pádel en lugar de ir a misa los domingos. 

En cualquier caso, si quieres salir a la calle y decir cuatro cosas, dilas. ¿Provocar por provocar? Tal vez. Pero si no estamos dispuestos a escuchar lo que nos duele, manipulado intencionadamente o no, es que tenemos miedo de darles, tal vez, parte de razón. Y si a estas alturas callamos al de al lado sólo porque no nos gusta lo que tiene que decir, es que vamos dando pasitos hacia atrás sin darnos cuenta. Y como creo que nadie quiere volver a quemar iglesias ni etiquetar al otro sólo por según a quién rece o deje de rezar, pues seamos coherentes con lo que pedimos para nosotros. En ambos sentidos.

miércoles, 20 de abril de 2011

Los Feliz

En LA vivía a diez minutos a mi paso de un microbarrio en West Hollywood llamado Los Feliz. Tenía un rollo bohemio: había cines, cafés (más europeos que el Starbucks), librerías y demás. La gente se sentaba en una microterraza, pedía su Mocca, sacaba el iBook y todo era guay. Mirabas a poniente y era fácil que sobre las 7 de una tarde de agosto vieras las palmeras y los carteles del Happy Chicken a contraluz. 

Cuando he estado fuera, sobre todo un tiempo prolongado, he sentido las cosas de forma más intensa a como las vivo aquí. Un mes en Irlanda era casi un curso entero en Alcalá. Un verano en Eastbourne, un antes y un después. En el extranjero he empezado a hacer ciertas cosas que he continuado a mi vuelta, y sin esa sensación de libertad que pude intuir en muchas ocasiones tal vez hoy mi cabeza se movería entre senderos más estrechos y asertivos. Pero me empeño en decir que no, que no me conformo y que no termino de quedarme tranquilo en lo previsible. Que es aburrido.

Escuchar otro idioma, verte haciendo fotos a un metro de mí (tan interesante), tomar un té verde o sentir cómo la lluvia me cala se convierten en pequeños detalles que me recuerdan los viajes que hice y los mucho que, espero, quedan por hacer. Cada vez más lejos, a lugares que poco se parezcan a lo que conozco y entre gente que sepa mostrarme lo poco que en realidad sé acerca de casi nada.

martes, 19 de abril de 2011

Al despertar

Antes de que sonara el despertador recordaba bastantes detalles del sueño. Era antes de las 7 (no sonaba aún la radio), pero no llegué a mirar la hora porque tampoco llegué a despertar del todo. Simple consciencia de que estaba tumbado, de costado, en la cama, mirando a la pared. Sin ganas de levantarme ni irme a ningún lado.

En el sueño, imágenes conexas donde tú eras el denominador común. De noche, caminaba por una carretera junto a una balconada que se alzaba al margen izquierdo. En la distancia, tu hermana, tus primas y varias personas más, yo buscándote entre ellas. En una sala (quizá trás la balconada) tú y yo lográbamos enlazar las manos y encontrar cierta calma entre el tumulto. No había nada erótico en el acto, simple equilibrio e ingenua necesidad de sentirme a tu lado en ese momento. Indicios, tal vez, de cierta correspondencia.

En ocasiones, cuando te tengo cerca y me cuentas un montón de cosas sobre ti, o de repente soy yo quien se arranca a hacerlo, mi cabeza se para en seco y piensa: "es verdad, Lández, está delante", para luego ser más consciente de que no estoy soñando, que me merece la pena disfrutar de ese momento, y de que vuelves a ser bienvenida una y otra vez.

Para terminar, simplemente recordarte que no me es nada complicado que estés. En absoluto.

lunes, 18 de abril de 2011

Café con leche (y con galleta)

Podría hablar de mil chorradas pendientes, supongo, pero las voy archivando en un cajón del cerebro sin mucha idea de si las recuperaré con la misma frescura con que fueron concebidas. Veo un cartel en las afueras de Meco que me llama la atención y pienso: "buen tema... o no". Me escribes un email donde me dices que prefieres no escuchar el nombre de ciertas personas y me pregunto: "ahí hay algo... o no". No tener Internet es una putada a veces. Lo suyo sería obrar de esta forma: 1. tengo la idea 2. tengo tiempo y ganas de darle vueltas al asunto 3. escribo. Pero aquí falla el canal.

Esta mañana madrugo para comprar medio peso de naranjas de zumo en el mercado de los Lunes, y al pasar junto al puti de toda la vida en el barrio, veo horrorizado un cartel de SE ALQUILA que me dice claramente que ya no tendré oportunidad de pasar y descubrir por mis propios ojos cómo era por dentro. He podido ir en mil y una ocasiones, cierto, pero lo que me gustaba en el fondo era saber que estaba ahí, abierto para mí, por si algún día, víctima de la desesperación y tras encontrarme un billete de 50 en el parque, me daba el punto.

¿Dónde quedan los buenos tiempos, donde Anga y Afrodita covertían mi zona en un minibarrio rojo redecorado con jardines? Todo pasa, sin duda, y pedir la vez para comprar la fruta ha perdido la frescura de antaño, sabiéndome incapaz de poder alternar con billetero a dos minutos de mi portal.
Desolado, escribo estas líneas al calor de un bar que me encanta, con los clásicos sonando, y habiendo saboreado, como cuando era más pequeño, un delicioso café con leche (y con galleta).

viernes, 15 de abril de 2011

La naranja y la muñeca

Ayer (jueves) fue día de aniversarios, sin duda. Como cualquier otro día para según qué personas. En lo que me toca, una vieja conocida añadió una tarta a la vela y viceversa, mi hermano celebró con cava y fresas su aniversario de bodas y ochenta años atrás nos llegó así como caída del cielo la II República. Esto último no es nada personal, por entonces no estaba ni siquiera insinuado, pero era un bonito pie para hablar de otra cosa totalmente distinta.

Mi abuelo me ha contado a veces que de pequeño recibía por Reyes una naranja y (creo) un real, pero la moneda la tenía que devolver porque al día siguiente había que comer y esas cosas; así que se quedaba con la naranja, que entre pelarla y echar el diente a los gajos se echaba uno un buen rato. Mi abuela estaba enamorada de una muñeca de trapo de una vecina suya, en Arévalo, pero sus padres no se lo podían permitir así que ya desde niña aprendió a coser para que, al igual que sus otros hermanos, desempeñara un oficio y, de paso, hacerse ella su propia muñeca.

El padre de mi abuela, entre muchas otras cosas, se hichó a cazar ancas de rana y las vendía a la gente de posibles para ganar menos que poco. Probó suerte también en Cuba, adonde acompañó a uno de sus hijos y de donde regresó poco después para no volver a verlo (a ese hijo). El padre de mi abuelo, que entre jardinero y demás oficios fue tirando, pudo ahorrarse un tiempo el alquiler de una casa en su etapa de conserje en el Campo del Ángel. Eran otros tiempos. Mi abuelo siempre habla de la República como unos años donde se pasó muchísimo hambre, como antes, como después, y como también mucho después. Supongo que a mi abuelo (al que pilló eso de muy joven) como a otros tantos en el fondo, le sudaba un poco el pie si estaba Alfonso XIII, Primo de Ribera, Azaña o la madre que los parió, y que lo primero que querían era tener algo que llevarse a la boca. Alguna vez me ha contado que empezó a trabajar desde bien pequeño porque no había nada mejor que hacer salvo echar una mano, y si por la mañana ayudaba en el huerto a algún vecino a cambio de vete tú a saber qué ni cuánto, y cuidaba de que nadie echara el guante a lo que en él se cultivara, de noche se escapaba y saltaba él mismo la tapia para echarse en un saco tres o cuatro piezas de lo que fuera. Y es que por entonces el que no robaba era un santo o un estúpido, y así ha sido hasta hace cuatro días, desde mucho antes incluso que el Lazarillo. 

Mi abuela vino de Arévalo a servir a alguna que otra casa a Madrid, y a sacarse algún dinero haciendo punto, zurzidos y demás. En uno de sus viajes a Alcalá por motivos varios conoció a mi abuelo y así surgió en parte el complot para que ahora escriba esto.

En las ciudades o poblaciones más grandes, como Alcalá, se vivía mucho peor que en los pueblos. Donde había cuatro casas quien más quien menos tenía gallinas, un cerdo y algún que otro terreno que cultivar. Mi madre, que se crió en uno, habrá comido lo mismo un día sí y otro también durante media infancia, pero al menos podía echarse algo a la boca y acumular motivos para que el día que hubiera un pedazo de carne en el cocido fuera fiesta nacional.

El hambre, el cabrón. El hambre y las ideologías. El hambre y el trato en la familia. El hambre y una sola cosa en la cabeza, tirar para adelante esperando tiempos mejores. Como fuera. Y ahora que han llegado (los tiempos mejores) nos quejamos de muchísimas más cosas que entonces, y probablemente con razón, pero deduzco que es porque muchos ni siquiera tuvieron en su día la oportunidad de hacerlo.

miércoles, 13 de abril de 2011

Tomori

Te ubico en Tokyo ahora, después de no sé qué periplo entre Camboya y tu pequeña isla de Okinawa. Querías viajar, conocer, compartir, vaciarte en los demás y vivir, sobre todo vivir. Con tus 24 recién estrenados vaya si lo has hecho, y cuánto me alegro cuando leo sobre ti y veo todas esas fotos de lugares donde aún no he estado.

Mi hermana pequeña, esa que nunca tuve. La hermana pequeña de todos. El impulso imposible, la libertad compartida, un atardecer mirando al mar. Todo aquello me llevé de ti y mucho más que se deja intuir en la distancia y entre los muchos recuerdos que me dibujan la sonrisa en la cara. Desde aquí, desde tantos kilómetros que nos separan, te felicito, por lo poco que sé y lo mucho que te desconozco. Por abrirte a mí y encontrar en lo exótico una especie de alma gemela muy entrecomillada. Te felicito por lo que fuiste en el rato que compartimos y sobre todo por lo que hayas podido crecer desde entonces, y coger carrerilla para seguir mirando hacia el futuro con ese hambre de gente con el que te encontré. 

Te diría que no cambies, 'locamaika', pero apenas si te llegué a conocer. Por suerte no me cabe duda de que seas como seas, seas quien seas, si algún día volvemos a coincidir los años no habrán pasado por nosotros. En eso, supongo, debe consistir lo de viajar en el tiempo.

martes, 12 de abril de 2011

Decir adiós

Quien más quien menos ha pensado alguna vez en decir adiós. Tal vez sea yo un imán para este tipo de personas, pero me recuerdo antes varios de vosotros y otros que no me leen sugiriendo la posibilidad de irse para siempre. Y ahora que te leo, y más concretamente esa línea, me vienen a la cabeza esos recuerdos. Yo mismo lo he pensado, por supuesto. Son momentos, días, semanas, épocas, años... en donde te ves abajo del todo, pero no eres consciente de eso, de que estás abajo, y más no puedes hundirte, o sí, pero no quieres pensar en ello.

Recuerdo un sueño, al hilo. Quería despedirme, pero en lugar de irme yo se fue mi madre. Y con ella mi padre. Y el dolor fue de lejos más intenso que la sensación de mi propia pérdida. Me desperté jodido. Mucho. Y no sé por qué pensé aquello, ni por qué aquel día (como otro cualquiera). 

Podría dedicar una entrada entera a enumerar motivos por los que no estaría demás que quisiera cortarme las venas o tirarme a las vías del tren. Pero en frío, sé de sobra que necesitaría un blog de por vida para condensar las razones que, por otro lado, me empujan a seguir adelante. La primera de ellas es muy evidente, y ahoga todo lo demás. No necesita nombre. La segunda o tercera o vete tú a saber qué numero ocupa es la mera curiosidad que me despierta esto de estar vivo, y lo que me espera por sentir, amar, ver, oír, oler, abrazar, reír y aprender.

Sé que es complicado, porque nos sentimos demasiado a menudo solos ante el precipicio, pero lo cierto es que, entre otras cosas, cuando soy consciente de que a mi lado hay más como yo, tan vulnerables, tan humanos, tan sedientos de apoyo, me dan ganas de unirme a ellos y seguir caminando de la mano. Esto de despertarnos todos los días no deja de ser un milagro y una oportunidad que se repite con demasiado descaro para tratar de hacer de nuestras vidas algo extraordinario, como dijo el profesor. Me quedan tantas cosas por hacer que lejos de culparme sobre por qué no las he hecho ya me quiero prometer a mí mismo que pondré más voluntad en cumplirlas. Se nos va mucho tiempo en chorradas como eso de quejarnos, y a veces es mejor quitarnos máscaras y subir al escenario.

Actuemos.

De aquí a final

de curso me espera lo mismo que el año pasado. Esto es de lo que intenté huir en septiembre con la esperanza de encontrar un trabajo alternativo a lo que hago. Unos meses después, tengo 1,2,3,4,5,6,7... alumn@s y me paso el día yendo y viniendo. Por suerte no me preparo las clases, soy un profesor que tira de sentido común y no se me da del todo mal improvisar. Obviamente, imparto asignaturas que tampoco se me dan del todo mal, pero no se lo digáis a nadie. Ahora llega Semana Santa y toca grabar dos procesiones. Probablemente llueva, así que ¡viva Murphy!. El mes de mayo será un mes más que intenso en la mesa de edición  y culminará en junio con las jornadas de natación infantil, clausuras y demás obligaciones. Con un poco de suerte, volveremos a representar una obra de teatro infantil a primeros de junio, con el estrés que eso nos supuso a Landria y a mí hace unos meses. Los días cada vez serán más largos y las ganas de estar más fuera que dentro volverán más complicado el concentrarse en una tarea. Mientras tanto, habrá que dar el último empujón en sacarse alemán con cierta dignidad. Se me dan bien las buenas notas sin estudiar, pero uno aprende a ser humilde con los años. Entretanto, el cuerpo me pide quedar, jugar, ir al cine, bailar y besar a una (preciosa) desconocida. Hacerme un viaje, ¿por qué no? Porque no tengo dinero... Lo supliré con más de dos y tres conciertos que me cuesten lo que vale un tercio, y a volar. He bajado cuatro kilos en unas semanas y bajaré más durante la primavera. Llegará mi cumpleaños y no tendré nada que celebrar, sólo que soy más viejo. La declaración de la Renta me sale a devolver, y es una gran noticia, aunque lógica: quien poco gana poco le tienen que quitar. Viviré 4-1 clásicos entre el Real Madrid y el Barça, y me conformo con que ganemos la mitad+1. Por las mañanas me seguirá costando levantarme de la cama cuando suena el despertador, pero trataré de correr cada día con más ganas, sintiéndome libre por un rato. El verano lo pasaré aquí, salvo que me dé por hacer de nuevo el Camino. En el fondo no hay forma más placentera y económica de viajar a años luz de todo.

Seguiré pensando en mí, a falta de una tercera persona a quien mirar o de quien acordarme. El deseo y la memoria se vacían cada día más y más, como avanza la Nada en el cuento de Michael Ende.

Si queréis echar un rato, sabréis dónde encontrarme.

lunes, 11 de abril de 2011

El fin de un ciclo

El último adiós a mi (última) carrera se lo di de forma improvisada. Celebrábamos la graduación, todos de punta en blanco y algunos más gochos que otros. Es una pena muy grande que no me emborrachara esa noche, pero supongo que cuando cenas mucho y te hinchas a cerveza es complicado. Al menos para mí. 

Una semana después del último examen estábamos en un local de moda al lado de Serrano. Eran las tantas, pero no las suficientes para considerarse especialmente tarde en una noche como esa, y yo no es que estuviera especialmente cansado, pero llevaba una buena semana de trabajo en la productora y me tocó ir prácticamente de empalmada de la oficina al acto. Se suponía un día señalado, en cualquier caso: era mi primera graduación (me fumé la que me habría correspondido con la otra carrera) y eso de que te nombren, te den un diploma entre aplausos y compartas ganchitos con compañeros, padres, hermano y demás pone cachondo a cualquiera. 

El caso es que andaba yo de aquí para allá, haciendo amigos, y en un momento dado de la noche me supe bastante solo, ajeno a todo aquello y tremendamente consciente de lo poco que pintaba en ese escenario. Realmente había dejado la carrera meses antes, sólo que seguí yendo a clase y examinándome para que a cambio me regalaran un título más. Y hasta entonces. Decidí salir un momento del local a tomar aire, y recuerdo verme un segundo apoyado en la pared de la entrada, mientras Tomás y algunos de sus colegas entraban entre risas al local sin reparar en mí. Fue gracioso cómo interpreté aquello, pero efectivamente supuso una foto muy clara de mi estado de ánimo. Me asomé a la calle y resolví dar una vuelta a la manzana, yo conmigo. Mi única preocupación supongo que era no cruzarme con nadie conocido que me preguntara eso de "adónde iba" para no tener que inventarme nada convincente. Afortunadamente no sucedió, y al doblar Serrano vi la Puerta de Alcalá más cerca de lo que pensaba. 

No sé por qué había ubicado el local mucho más lejos de esa imagen, pero una cosa llevó a la otra. Quedar a escasos metros del monumento hacía de Cibeles un objetivo factible. Y con la diosa a la vuelta de la esquina, coger el 4 a Avenida de América un trámite sin mayor difcultad. Una vez allí, el búho hacia Alcalá no sería más que un delicioso viaje a los orígenes que me surgió casi casi necesario. La noche invitaba a quedarse en la calle, y el resto os lo imagináis.

Así surgió, y así ocurrió. 

Las despedidas nunca llegaron de forma oficial, y no creo que nadie me echara especialmente en falta entre tanta copa, tantas risas y tantos motivos para brindar por el fin de un ciclo.

domingo, 10 de abril de 2011

Mojarme

Desde fuera sé que no me mojo en casi nada. Puede parecer una actitud que peca de prudente, preocupado yo por el qué dirán si me postulo o llevo la contraria en algo, el caso es que si me piden opinión en un debate a dos bandas casi siempre encuentro puntos a ambos lados en donde apoyarme y puedo darles a los dos la razón a un tiempo. ¿Conclusión? No genero ningún debate y los aludidos podrán pensar... ¿de qué estábamos hablando? Cuando he creído tener las cosas más claras, cuando he sido consciente de que juzgaba a alguien nada más conocerlo, o cuando me sabía con la razón aparente en un determinado tema... me he solido llevar sorpresas. Sí, a lo peor esto me ha hecho ser más reflexivo en mis observaciones, o puede simplemente que no me pare a tener un criterio propio sobre ciertas cosas a falta de más datos. 

Y resulta aburrido, ¿no? Jugar el papel de neutral a veces, o verse en un cruce de posturas donde decides no tomar parte porque estás cómodo en ambas. Mi relación personal con otra persona nace y muere entre esa persona y yo, y por supuesto puede verse matizada, empañada o rota por las impresiones, relatos o revelaciones de terceros. Pero siempre queda tu recuerdo y lo que guardas en tu rutina, y eso inevitablemente es algo a lo que te intentas agarrar. 

No sé si alguna vez alguien ha podido o no hablar mal de mí. Sobre todo me llegan impresiones positivas, halagos, agradecimientos y demás, pero entiendo precisamente que es por eso por lo que me llegan: porque es bueno. Pero ¿qué hay de lo otro? Porque tendré enemigos, imagino, aunque no los haya buscado, caeré como el culo a muchos y otros directamente habrán decidido con argumentos que soy una persona que no merece la pena. Y es normal, coño, incluso lícito. Ese vacío lo lleno yo, así que ante la falta de contrario me considero mi mayor crítico y mi sombra más jodona. Así me va.

No nos debemos quedar con el color de un sólo de cristal, pero a veces es lo único que tenemos, y es lo que nos llevamos a casa y lo que guardamos bajo la almohada. Con el tiempo, puedes ir descubriendo rasgos de alguien que difieren con tu imagen, y poco a poco vas configurando el mosaico de lo que, al fin y al cabo, somos todos. Un puzzle tridimensional cuyas piezas casi siempre desconocemos en su inmensa mayoría. A veces me ha hecho falta escuchar un calificativo en boca de otro para identificarlo como mío, y es que no soy únicamente lo que veo en mí, sino lo que proyecto en otros. Si el feedback es positivo, es mi obligación aceptarlo de buen grado y tratar de creérmelo. Si es negativo, ahondar en si lo que oigo puede o no ser verdad y a qué se debe. Con todo eso tratar de ser alguien mejor, en cualquier caso, aunque por de pronto sigo siendo un sistema inercial desde el cual trato de asimilar lo que me rodea sin atribuir demasiada importancia a casi nada y con la curiosidad renovada de querer entender un poco de casi todo. Chapa chapón.

Amén.

La baraja

La última vez que resintonicé el TDT de una de las televisiones de casa recogí unos 17 canales nuevos, elvando la cifra a 56, de los cuales si descontamos los que emiten en HD y no puedo ver (sí escuchar), los de emisión codificada, los que asumen contenidos de televenta y/o tarot y aquellos que se repiten, me quedan como mucho 30. De esos 30, algunos como Veo7, PopularTV, Intereconomía o Libertad Digital vienen cortados por un patrón con el que no suelo comulgar. Son los llamados "canales de extrema derecha" desde otros canales o emisoras que se ubican en el espectro contrario (sin ese extremo). Dentro de los clásicos, podemos ubicar en un bando a Cuatro y La Sexta, en el otro a Antena 3, y quién sabe a Telecinco: hace tiempo que no la veo. En lo público, sólo TVE se salva. Telemadrid no sólo me da asco sino que hace acopio de las posturas más marcadas hacia un lado de la balanza con el agrabio que produce el saber que es una cadena autonómica, ergo pública también. 

Mostrada la baraja, un día camino a la Renfe me encontré con eso, con una baraja descompuesta a lo largo de la calzada. Me guardé en la manga la imagen del As de copas mirándome cara a cara, y me vino el símil fácil de que para ganar suele ser necesario contar con todas la cartas, y que todas cumplen su función. Yo, que soy radioyente de la cadena SER por no estar cambiando de dial a cada rato y porque, entre todas, es la que más me gusta, entiendo que lo que pueda escuchar o no en sus programas nace de un punto de vista con el que podré estar más o menos de acuerdo, pero echaré en falta a veces la mirada del contrario. Yo, que hacia las 13:30-14:00 suelo moverme entre los debates de Cuatro y Telemadrid, huyo de uno y otro por ser, respectivamente, jaula de grillos y máximos exponentes de la pseudoparanoia. 

La información que me llega es, por tanto, sesgada, y con ella configuro mi opinión acerca de tantas cosas. Estoy de acuerdo en muchas cosas con unos, y en pocas con otros. Y con esos ingredientes, llegado el momento de decidir a quién querría, por ejemplo, votar, no me decidiría por ninguno de los partidos mayoritarios, así que supongo que mi receta recogería alabanzas de unos y de otros pero no contentaría a ninguno.

sábado, 9 de abril de 2011

JB

Salía yo de la Casa del Deporte cuando el fotógrafo del Diario de Alcalá (con quien sólo me falta irme de cañas) entraba en el polideportivo con más prisa que calma. "Algún accidente", pensé. 

El accidente se llamaba JB, y echaba una pachanga a excasos cien metros de mí sin yo saberlo... ¡Cachis! Lástima no haber cogido la cámara de un momento y haberle filmado para luego tratar de sacar tajada con las televisiones. Al día siguiente, Antena3, Telecinco y demás medios tomaban imágenes de una pista vacía donde la tarde anterior el chiquito de moda había pegado cuatro patadas a un balón entre correveidiles de Tuenti. Esa misma mañana, decenas de pubers hormonadas esperaban a la puerta del Parador esperando procrear en una esquina con el tío del flequillo, que seguramente andaría cascándose una gañola en su suite mientras probaba algún juego nuevo en la XBox. 

La vida es extraña a veces. Justin Bieber fue descubierto por pura casualidad en Youtube por un ojeador con flor y convertido poco después en un envase reciclable sin código de barras. Y yo, que siempre fui curioso para lo que no me sirve y desganado para lo importante, dejé escapar una bonita oportunidad para marcarme un tanto. Aunque fuera en propia puerta.

Hoy no es un buen día

Dice la canción que hoy no es un buen día para mandarte flores, pero haremos una excepción si os parece, y finjamos que os las mando de vuestro color preferido y vestidas de palabras, que es lo máximo a lo que alcanzo (y no siempre).

La misma canción dice que de diez en diez pasan los años, pero hagamos que pasen de uno en uno, de día en día, de segundo en segundo, y tampoco nos frustremos si creemos que no hemos logrado las metas que quisimos. Queda mucho.

Hoy no es un buen día para ciertas canciones, pero utilizo una de ellas para lanzaros este mensaje, porque sabe bien que otros hayan pensado lo que tú, que hayan nacido los versos que no pariste, y que hayan puesto acordes a tu entraña.

Hoy no es un buen día para mandar mensajes, pero tampoco me he resistido, y sirvan para celebrar que soy mejor persona desde que os conozco y desde que tengo la certeza de que, tarde o temprano, acabaréis leyendo estas líneas.

Para A. y P.

jueves, 7 de abril de 2011

El fútbol (me agota)

Pero más que el fútbol la prensa que nace y muere en este deporte y que nos concede lo que no es dar patadas a un balón como información polideportiva, amén de un regalo. Es la degeneración de la información, el relleno por el relleno, hacer noticiable lo que es profundamente indiferente. El fútbol + aquel deporte cuyos derechos de retransmisión cubra esa cadena... tomar algo sin mayor importancia y barnizarlo de lo mejor y de lo peor... fingir como interesante algo que me sabe aburrido.

Mi convicción aumenta cuando encuentro en personas a las que prejuzgo como modelos sin inquietud ninguna una desbordante aficción por (retomando la idea) el balonpié. Son iconos del sofá y la cervecita, del auricular en la procesión y de la tertulia en torno a un penalti inexistente. Haylos, sin embargo, y me viene a la cabeza el dicho ése de que el periodista que no vale para todo lo demás entra en la sección de Deportes.

Y caigo en lo fácil, pero ¡qué bien se siente uno, coño!

domingo, 3 de abril de 2011

Cobain

Decía Kurt que los demás se reían de él porque era diferente. Cobain se reía de los demás porque para él eran iguales.

La última frase en su nota de suicidio está sacada de un tema de Neil Young. Dice así: "Es mejor quemarse que apagarse lentamente".

K.K. murió a los 27 años, la misma edad a la que se quemaron otros como Jimi Hendrix, Jim Morrison o Janis Joplin.

Last Days (Gus Van Sant) nos habla de cómo pudieron ser las últimas horas en la vida del músico.

Proverbio chino

Si tienes dinero para
comprar dos trozos de pan,
compra un trozo de pan y una
flor, que igual que el cuerpo
hay que alimentar el espíritu.

sábado, 2 de abril de 2011

En blanco

(Como la noche.)

No es mi problema

He encontrado en esta frase mi aspirina personal. Si el coche de atrás no encuentra hueco para adelantar, me centro en seguir la ruta y me digo: "No es mi problema". Si el alumn@ no me hace caso y encuentra en el 'no tengo tiempo' la excusa para no trabajar, junto los dedos pulgar y medio y cuatro palabras resuenan en mi cabeza: "No es mi problema". Si alguien decide por mí cuáles son mis funciones y qué es lo que tengo o no que hacer por lo que se me paga, pongo sonrisa, dejo la mente en blanco y el vacío sólo es ocupado por una idea: "No es mi problema". Es sencillo y me hace ver la primavera con otros ojos.

Mientras tanto, el quiosco de los helados ha abierto de nuevo. ¿Qué más puedo pedir?

viernes, 1 de abril de 2011

X

La variable X se comenzó a utilizar allá por la Edad Media. Por aquel entonces, en Occidente teníamos únicamente al pueblo árabe entretenido con eso de las ecuaciones y los algoritmos, y llamaban aquello que no conocían (o incógnita) "la cosa". Muchos de los tratados matemáticos de origen musulmán fueron traducidos en Castilla. "Cosa" sonaba parecido a nuestra "equis", y para denominar a aquello que se ignoraba y que era objeto de tantos y tantos problemas comenzó a emplearse dicha letra. 

Éste fue el origen de la incógnita con la que se pelean los púbers en Secundaria, y la que utilizamos los mayores para marcar en el mapa el tesoro que no nos cansamos de buscar.

Tuidad

Tu nuca es blanca, pero presumo que en verano mutara el color. Mientras caminas te deshaces de la chaqueta de manera sensual y aparentemente descuidada. Tu silueta es fácil de recordar.

Tu tatuaje se adivina bajo la camiseta, no destaca demasiado sobre tu piel de ébano, pero lo suficiente para indicar con claridad el camino a seguir. Me desconcentro a las primeras de cambio.

Tu mirada de soslayo es mi cebo, aunque no vaya dirigida a mí. Te alejas con tu mochila, tu casco y tu bicicleta, y te sé perfecta en la distancia, terriblemente provocadora y perdidamente hermosa.