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sábado, 23 de abril de 2011

Entre 90 y 120 (minutos)

Tenemos aproximadamente diez minutos para plantear la historia, hacer partícipe al espectador tanto del universo donde transcurre (realista, fantástico, contemporáneo, histórico, drama, comedia, farsa, épica...) como de sus licencias,  presentar al/los personaje/s principal/es y convencer a quien ha comprado la entrada de que le merece la pena quedarse un rato más en la butaca. 

Sobre el minuto 10 encontraremos el detonante que nos empuja a la aventura y sugiere el tema de la película. Puede suponer una pérdida o una ganancia para el personaje, un empuje a su favor o un revés inesperado. Esto, por supuesto, puede venirnos dados en el minuto 1 si queremos, o quizá arrancar la narración in media res para luego írsenos revelando el resto de la información. Con los golpes de suerte hay que tener cuidado, ya que cuanto más tarde ocurran menos creíbles serán.

Aquí termina el primer acto o introducción.

A los 25 minutos o media hora vivimos el primero de los dos puntos de inflexión importantes y que nos abre la puerta del  segundo acto o desarrollo. Este giro supondrá un cambio en la fortuna del personaje, y le mete de lleno en un lío del que no "podrá" escapar sin encargarse de su resolución. El desarrollo puede prolongarse 45 minutos o algo más de una hora, dependiendo de un metraje final de entre 90 y 120 (minutos). Se ahonda en los conflictos y motivaciones de los personajes principales y hay cabida incluso para la presentación y tratamiento de alguno nuevo que enriquezcan a su vez la narración con tramas secundarias. 

A mitad de metraje, en torno a la hora o algo menos, podemos darnos el lujo de introducir algún pequeño giro del estilo al que abría y cerrará este segundo acto, pero sin alcanzar su dimensión ni importancia. El desarrollo suele ser lo último en idearse, en tanto en cuanto uno parece tener claro cómo empieza su historia y cómo ha de acabar, pero no siempre lo que ocurre entre medias. Es difícil no caer en el tedio y mantener lo que nunca ha de perderse: el interés.

Llegamos al tercer acto con otro punto de inflexión como mínimo a la altura del primero, que nos precipita a un desenlace final de duración no mayor a los 15-20 minutos, y que culmina en un final o clímax que se exige a un tiempo necesario e inesperado. Ésta es sin duda la parte más tocapelotas de cuadrar con el resto de la historia, ya que determina el éxito o fracaso de la propuesta. 

Tendremos que dejar resueltas todas y cada una de las tramas que hemos ido abriendo anteriormente y no dejar al espectador con la sensación de haberse visto conducido durante más de hora y media hacia un destino aburrido y previsible. Tras el término de nuestra narración, que será más intenso cuanto más se haya puesto en juego por parte de los personajes, se nos permiten cinco minutos extra post-orgasmo para echarnos el cigarro. Aquí se nos muestra el nuevo rumbo que toman los personajes, y cierra (o por el contrario deja abierto a futuras secuelas) definitivamente el círculo.

Éste es, a trote cochinero, el esqueleto para que un guión funcione. Bienvenidos a las normas: ahora podéis saltároslas. 

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