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sábado, 22 de enero de 2011

Únicos


Hemos descubierto que estamos programados para ser únicos. 

Nuestra experiencia individual de cada día: lo que decimos, lo que enseñamos, lo que escuchamos, lo que sentimos... incide en nuestra estructura cerebral. Esto, que suena a laboratorio, repercute en la idea de que no debemos quedarnos quietos. No debemos dejar de estudiar, de trabajar, de experimentar y de innovar ya que la negación de todo lo anterior nos anquilosa y, fisiológicamente, conlleva un cese en la creación de neuronas. La idea es muy simple, y es que cambiar el mundo nace necesariamente de cambiarnos a nosotros mismos y de cambiar nuestro cerebro.

No estamos tan condicionados como pensábamos por la herencia genética. Obviamente influye, y mucho, pero se nos ofrece una posibilidad de crecer, aprender y querernos tal como somos que sería estúpido desperdiciar. Sufrimos demasiado por culpa de dogmas y determinismos que no hemos elegido, y nos olvidamos de lo único que debe importarnos: vivir. La mente vuela por caminos que derivan en callejones sin salida, se pierde en el pasado y nada a ciegas ante lo que tiene que venir, pero no sabe que lo que tiene que venir comienza en lo que haces en este momento. El entorno nos influye menos de lo que nosotros influimos en el entorno. Somos lo que tenemos que ser y vemos lo que esperamos ver. Tenemos el control pero no sabemos pilotar la nave.

Entretanto, acumulamos minutos, recuerdos, datos y experiencias. Nuestro archivo se vuelve tan grande que discriminamos la información para no volvernos locos. En la vejez solemos aprender a ser más felices, tal vez porque relativizamos mucho más y separamos mejor la paja del grano.

Nos llega el momento de decir un hasta luego. Se termina la película y lo único constatado es que hay vida antes de la muerte. Lo contrario aún está por ver. 

Vivámosla.

(Ideas inspiradas por Eduard Punset.)

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