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martes, 11 de enero de 2011

A bove maioiri discit arare minor

La primera vez que enseñé algo a alguien... Vale, empiezo de nuevo.

La primera vez que hice de profesor de manera oficiosa y regular fue cuando con catorce años te ayudé con matemáticas desde navidades hasta la recuperación de junio. Funcionó, creo. Luego me tocó enseñarte a ti, también matemáticas. Recuerdo coger una cuerda y dos chinchetas y tratar de explicarte qué eran eso de las elipses. Luego vino ese chaval imposible, y luego tu hermano, y luego tu hijo, y luego ella y la hermana, y esa niña, y una posible, y la chica del calendario, y... El curso pasado pasaron por mí más de diez alumn@s, y si juntara a todos aquellos con los que me he podido sentar alguna vez para contarles cositas varias podría juntar un bonito autobús.

Un profesor acoge de media más de cien pupilos por curso: no es comparable. Claro, yo no soy maestro. Profesar es admitir o confesar a la vista de alguien. Enseñar tiene que ver con señalar o brindar una orientación sobre qué camino a seguir. Y un alumno es aquel al que se le "alimenta" y hace crecer. Con todo esto encima de la mesa, me pregunto si habré hecho crecer a todos los que han compartido flexo y cuaderno conmigo. Son puñeteras clases particulares, cualquier estudiante con acné las imparte y no pasa nada, pero yo me aburro y me pregunto estas cosas.

Más allá de contenidos, y si el tiempo lo permite, me gusta tratar de picarles cuando les cuento que hay una posibilidad de que atraviese la mesa con mi mano, que soy capaz de demostrar que 'cinco' es igual a 'cuatro', (alusiones televisivas a un lado) o que un cielo estrellado es una foto de lo que había hace miles de años. Se trata, en definitiva, de hacerles ver que el mundo está lleno de números y que a veces es bonito saberlos interpretar; que sabiendo idiomas se liga en más sitios; que poesía es mucho más que una rima; o que la felicidad sin conocimiento es incompleta. 

Estamos rodeados de enigmas, y más allá de sacar una nota u otra en un examen, puede ser todo un desafío pararse a pensar en ellos. Aunque algunos, como el amor, sean motivo de abandono.

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