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martes, 18 de enero de 2011

La hora del té (o no)

A una niña de ocho años se le apaga el micrófono mientras interpreta el himno nacional antes de un evento deportivo. Hay un amago de risa, pero al estúpido le callan pronto, y toda la audiencia surge como un resorte para cantar con la niña, que ha mantenido la compostura con dos cojones. Todo termina con una tremenda ovación, y como compensación la organización ofrece a la pequeña artista una nueva oportunidad en otro evento para que pueda demostrar (sin fallos técnicos) que se sabe la letra hasta el final.

A mí la historia anterior me parece bellísima, pero sé también que no pido mucho a las historias. 

Esto viene de la misma tierra donde nació el Blues, se inventó la barbacoa y se escribió en algún papel que todo el mundo tiene derecho a ser libre. En ese mismo país, la gente se pone en pie cuando alguien canta el himno nacional, y canta con esa persona, y se emociona, y todo es bonito. 

Lo sé porque yo mismo me emocioné, pero sé también que puedo emocionarme fácilmente.

En ese mismo país, insisto, el dinero circula al servicio de intereses de grandes lobbies, se sigue ejecutando a la vista de palomitas y un porcentaje preocupante defiende el Creacionismo. Pero no todo estaba perdido: votaron para presidente a un señor de raza negra, hijo de inmigrante keniata y apellido musulmán, de padres separados, niño de mundo, criado con su abuela en Hawaii y estudiante becado. Fue fácil, sólo tuvo que coger un micro, crearse una ilusión, y como no se le apagó (el micro) fue capaz de romper millones de prejuicios, movilizar a quienes miraban más al suelo que al cielo y proclamarse a sí mismo como el fruto del sueño americano. A mí se me ponían los pelos de punta al escucharle: era Kennedy encarnado en Will Smith, y había llegado aquí para cambiar el mundo.

Dos años después, su popularidad ha bajado en picado, ha perdido la mayoría demócrata en el Senado y no es capaz de lanzar sus reformas hasta el extremo que quisiera. Lógico. Olvidamos que era un hombre, y un hombre puede ser menudo, coger un puñado de sal y reclamar el espíritu de la revuelta de Boston, pero poco más. 

Este hombre era Gandhi y esa revuelta recobra su espíritu bajo el Tea Party, pero sé también que el abogado se refería a otra cosa.

Al grito de potentes eslogans como 'We the people', 'Give me liberty, no debt' o 'What would the founding fathers do?', millones de americanos han convertido a este movimiento en la gran fuerza revolucionaria de la sociedad en Estados Unidos durante el 2010. Se venden como los verdaderos defensores de los valores y preceptos que hicieron de su país un ejemplo de progreso para el mundo, y se muestran reaccionarios a unas políticas "de extrema izquierda" que se alejan del verdadero sentir del pueblo. Son ellos, pues, los movimientos sociales conservadores, los que entroncan directamente con la mejor tradición democrática de Estados Unidos, y los que tendrán la clave del futuro inmediato. 

Parece un sentir popular, pero sé también que viene a ser una declaración de este tipo:

"Querido enemigo, soy el único responsable de mi futuro, y me realicé a través de mi esfuerzo y mi trabajo, que para eso hacemos caso a Calvino. ¿No has logrado tu objetivo? ¡Fracasado! Te dieron todas las oportunidades y te dedicaste a ver películas de Michael Moore. Bájame los impuestos, deja que yo decida qué cobertura médica merezco y consumamos lo Made in USA. ¿No sabes qué leer? Lee la Biblia y la Constitución, pero a mí no te me acerques, que tengo licencia de armas. Por supuesto, no te metas en mi vida. Have fun!"

Parece de cajón, pero acojona. 

Y me gusta el té, pero sé también que tiro más por el café (y si puede ser con cigarro, mucho mejor).

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