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lunes, 27 de diciembre de 2010

Tus ojos abiertos

Estábamos los dos sentados en el salón de casa. Yo trataba de estudiar algo que me importaba poco: apuntes desordenados. Tú simplemente estabas. A mi derecha. Harta de estar, supongo. Cansada de no hacer nada. Incapaz de poder sentirte inútil. Tal vez. Yo te ofrecí la mano. Tú la cogiste con fuerza y con una ternura casi sexual. Pensarías que era otro. El abuelo, tal vez. Preguntabas algo. Te respondía. Silencio. Volvías a preguntar al poco. Lo mismo. Te respondía. Era triste. Pero era bonito que estuvieras ahí, y que no soltaras.

Recuerdo ese momento como el más íntimo contigo. Curioso, pero era consciente de que lo sentiría como tal cuando ya no estuvieras. Recuerdo tu cuerpo hinchado. Tu cara chupada. La sonrisa improvisada en tu gesto la última vez que te vi con vida. La impresión de que me reconocías, a pesar de todo. La llamada. Los nervios de tu hija. Mis nervios. Tu gesto calmado en el ataúd, exhibido. Mi pena. La obsesión por esa imagen. Saberte con los ojos abiertos, dejando de respirar. Malditas imágenes... La pregunta. Mi torpeza. Su enfado. Las ganas de irme.

De volver a sentir tu mano.

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