Te vi atando la bicicleta, y eso me gustó. Me gustaron tus medias de lana, tu aire descuidado al anclar el cerrojo, y tu pelo suelto.
Te vi en eclipse, sumando tu rapidez y la mía y dando como resultado un encuentro necesario.
Te vi a contraluz, como un ángel que metro a metro desvelara su rostro, y noté tus ojos cruzarse con los míos. Hermosa. Suficiente.
Te vi salir, inundando el aire con tu aroma. Perfecta. Ignorando quién era, y mostrando ningún interés en mi sonrisa.
Te vi en silencio, mirando al sur, perdida en un laberinto de emociones que se me escapan. Sabiéndome incapaz de decir nada en respuesta.
Te vi en el río, buscando tu compás en la zancada. Absorta con tus cascos, ajena a mí (que te buscaba). Preguntándome dónde irías.
Te vi huir de mí en demasiadas ocasiones, bajando la mirada. Ofreciéndome tu infinita timidez y tu paso acelerado, engañándote a ti misma.
Te vi observarme, no apartar la mirada y ganarme la batalla. Fruncí el ceño y me imitaste, y la conexión funcionó por encima de los allí presentes.
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