Los que no somos guapos aspiramos a simpáticos. Si la conjunción astral es favorable, podemos incluso ser mínimamente interesantes, y entonces todo es más fácil: Venus te sonríe y sabes que eres capaz de volar.
El que no tiene nada poco tiene que perder, y una persona que tiene poco que perder sufre una tendencia peculiar a hacer tonterías. Le gusta provocar, por ejemplo, porque toda provocación conlleva un cambio que, para bien o para mal, rompe una rutina, y eso mola. Ser provocador a menudo deriva en convertirse en el bufón más o menos oficioso en un determinado círculo, y así, se espera de ese individuo que siempre tenga algo ingenioso que decir que desestabilice la armonía cósmica y convierta la velada en algo extraño. El humor muchas veces radica en eso, en transgredir, en no ser políticamente correcto y llamar a sus cosas por su nombre. Dar la vuelta a la tortilla, vaya.
El bufón con relativa frecuencia se revela a su vez como el más triste del círculo, porque el humor es lo más serio que soy capaz de imaginarme, amén de agotador. Un hombre triste genera rellazo y crea un perímetro de distancia a su alrededor que defiende a diente y cuchillo. Porque es vulnerable.
No sé qué tiene que ver todo esto con Shrödinger, y mucho menos con su gato, aunque todo esto iba encaminado a una seudocharla sobre la potencialidad y las probabilidades, para llegar a la conclusión (si es que hay alguna) de que hasta que no hagas algo, no puedes concluir el resultado. Supongo que así está hilado, de alguna forma.
Otro día hablamos de la superposición cuántica y los universos paralelos, si eso.
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