Y qué absurdo todo, repito, cuando me hablas de marcar distancia entre nosotros y de apartarte de todo cuanto puede hacerte daño. Y qué extraño cuando soy incapaz de querer hacértelo y tú sigues sintiendo aquello. Qué contradicción sentir que te alejas y entenderlo. Qué impotencia entender que poco puedo hacer para cambiar las cosas, y probar ese orgullo al ser como uno quiere ante ciertas situaciones.
Qué dolor cuando hablas de mí en el coche y no puedo evitar llorar por lo que oigo, porque nadie nunca dijo eso de mí, y aun así me niego a creerlo.
En los momentos difíciles tendremos que escoger entre lo fácil y lo correcto, pero desearía tanto que por una vez ambas opciones fueran la misma, que me aterra no dejar de saberte lo suficientemente lejos que decidas llegar a desaparecer.
Las lágrimas pesaban demasiado, niña. Verte rota más aún.
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