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martes, 5 de junio de 2012

El hemisferio sur

Anoche andaba yo dándole al pedal a unas horas en las que apetece estar contigo, recostado en la intimidad de un sofá. La luna se mostraba plena, hermosa y destacada entre tanta farola y semáforo en ámbar, y me dio por preguntarme qué aspecto tendría en el hemisferio sur, en el que nunca he estado. Supongo que no muy distinta, pero al verse bajo otro ángulo supuse que ocurriría como con el resto del hemisferio austral, porque allí habitan algunas de las constelaciones que jamás he visto. 

Seguía pedaleando, ya ves, y me imaginaba un viaje en avión hacia todos esos países donde la gente camina boca abajo. Y al cruzar el ecuador me veía inmortalizando el momento con alguna estupidez de esas con las que luego te ríes o te echas a llorar, como hacer un calvo por la ventanilla del avión o darle un beso a la azafata. Pensé más en quince minutos de trayecto que en el resto del día, porque la vida se consume en millones de actos que acabas mecanizando, y las neuronas mientras tanto sorprendidas por el eco.

Pensé y pensé, como mero ejercicio, y me consoló el no saberme el único extraño dando vueltas por los mundos. Me acompañaba él, que salía sudoroso del gimnasio, o vosotras, que teníais tanto hambre como yo (y tú también, de quien me acordaba). Pensé y pensé en hemisferios, luces y sombras, y en pensando supe que echaría en falta ese bocado de día en cuanto echara la cadena al cuadro de la bicicleta. Porque a veces somos capaces de valorar lo que nos sucede sin carácter retroactivo, y en esas píldoras tan ridículas desciframos la felicidad.

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