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sábado, 5 de noviembre de 2011

Bonus (...)

Cerebro: aparato con que pensamos que pensamos.
A. Bierce

Efectivamente, si todos fueran como yo no habría atascos a las 7 de la mañana, ni las aceras estarían llenas de mierda, ni haríamos largas colas en las cajas de los supermercados. Los concesionarios de coches cerrarían, al igual que la empresa que me da de comer, y no existiría el Corte Inglés. Por suerte, no todos son como yo: llegaríamos a 10 millones de parados. 

Es parte de la cadena, porque junto con la vacuna de la varicela nos meten vía intravenosa algún suero mágico que nos incita a hacer estupideces a las que dotamos de un falso sentido. Y ojo, hacer estupideces no es malo, au contraire!, el ser humano es tan maravillosamente complejo que se permite el lujo de hacer cosas tan absurdas como tropezar x veces con piedras & Co., partirse de risa o rozar tus labios sin atreverse a anunciarlo. Lo malo es lo segundo: lo del falso sentido. Por eso hay que escuchar más a los niños (y a los borrachos), que dicen grandes verdades y se permiten el lujo de ser libres para hacer lo que les venga en gana sin sacarse de la manga un porqué. 

Entre las burradas que hacemos, que hemos hecho y que seguiremos haciendo está comprar aquello que no nos podemos permitir, y trincar de nuevo lo que ya tenemos (y sí pudimos permitírnoslo) porque así está escrito en nuestro cuaderno de viaje. Habrá a quien le mole el tema, quien sufra de fácil estimulación pezonil al desenfundar su Mastercard y luego encuentre consuelo en tomarse un Manhattan contemplando su fondo de armario. Por suerte para el resto (insisto) yo no soy así.

Bienvenidos, pues, al blog de un sobrado que os descubre (angelitos) por enésima vez el capitalismo, ese gran invento que llevado al extremo se ha revelado contra sí mismo a costa de gilipollas, espabilados e ingenuos (cada uno que se ubique donde le venga en gana). ¿El resultado? Unos se llevaron los bonus y otros los puntos suspensivos que habitan dentro del paréntesis, que es lo mismo que no decir nada, y en la nada (como dije y dijiste) cabe todo. 

Lo peor de ese todo, me temo, vendrá cuando volvamos a caer en la jodida trampa de siempre, y es que ya puestos a cometer estupideces, prefiero eso de reír o besarte a lo de recrearme una y otra vez en mis propios errores.

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