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domingo, 30 de octubre de 2011

Zancadillas

Tras repetidas zancadillas, te acercaste y me dijiste: "Tienes más paciencia que el santo Job". Tú, a quien siempre tuve un cierto respeto. 

Las zancadillas continuaron (nunca se terminan de recibir), pero sostengo la misma respuesta que te di: "¿Y qué quieres que haga?". 

Entonces me sentí ganador en una batalla que ahora identifico como estúpida y, tal vez, inexistente. Arrebatos de adolescencia, supongo, en los que uno proyecta en el débil su propia impotencia. Cierta humildad no viene mal en otoño, though, y si viene acompañada de confianza en un mismo, el cóctel sería irresistible; pero tengo que ser cuidadoso con el lenguaje: las palabras mal empleadas son capaces de reescribir nuestro pasado, y sigo siendo consciente de lo mucho que aún me queda por aprender. 

Tantos años después, las guerras se visten de Gran Hermano, me he redescubierto como el niño serio e introvertido que nunca dejé de ser y hay ciertas películas que siguen tocando (a ratos) las teclas adecuadas. Poco queda por inventar. Por eso, cuando escucho que aquellos que vieron en su bandera un motivo por el que matar dejarán de hacerlo, recuerdo las zancadillas. Las mismas que demostraron lo equivocados que estaban, las que asumí como un motivo más por el que levantarme una y otra vez, y no pararme en el camino.

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