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lunes, 21 de noviembre de 2011

La chica distraída (por el mapa azul)

Lo cierto es que eran momentos de nervios: saber que media España te estaba viendo y procurar estar estar estupendísima a los ojos de ese chico con el que no terminas de ponerte de acuerdo para decidir quién de los dos compra los condones. Andabas desubicada, pero por suerte te reencotrabas con tu entorno cada vez que el resto se arrancaba por bulerías con unas palmas hacia su líder. Ahí eras tú, con tu melena bailando entre tu espalda o asomando por tu hombro izquierdo, coherente con tus convinciones políticas. 

Es normal, lo sé. Es desconcertante saber que tu partido ha perdido unos 3 millones y medio de votos, y que al rival no sólo le iba bien con mantenerse sino que va y gana 200.000 para el zurrón. Es lo que tiene no decir nada en campaña: que no mientes. Lejos de ti, en otras sedes, los pobres gritaban por el consuelo de verse un poquito más reflejados en el pastel, pero sabes (como yo) que es absurdo, porque dirán (y harán) tanto con 8, 10 ó 20 diputados que con 2. Nada. (Es lo que tiene, también, este sistema.) Tendrán más minutos ante el micrófono, eso sí, lo que aprovecharán sin duda sus compis para consultar sus twitters en los smartphones que generosamente les pagamos, y los periodistas, más contentos.

Pensabas, sin duda, en estos tiempos tan... ellos, ¿verdad? Sí, te entiendo. ¿Qué decir ante este descalabro, y tú en el epicentro del mismo, estupenda y compungida? Como buena perdedora, seguro que en tu fuero interno deseaste a su vez suerte al rival, como todos. El eterno contricante, que más allá de saltar en el balcón y autoconsolarse con eso de que a la tercera va la vencida, necesitará tus ánimos y los míos para echarle un capote al toro que le ha tocado.

Terminó el químico de hablar, por cierto, y lejos de presentarnos, como buen alquimista, la fórmula para transformar las personas en papeletas, se despidió de vosotros con besos a medias, sonrisas forzadas y una jubilación forzosa a la vuelta de la esquina. Le diste un muac muac, y tú encantada. Te retiraste a tiempo del follón y le enviaste un whatsapp a tu chico.  Le dijiste, convencida, que anoche no tocaba, pero que tuviese preparados dos o tres gomas sabor a fresa para la noche del hoy, que el día después siempre apetece y, con un poco de suerte y algo de imaginación, tendréis algo bonito que celebrar.

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