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sábado, 15 de octubre de 2011

15O

En estos momentos la Puerta del Sol, como otras tantas plazas en miles de ciudades de todo el mundo, está colmada de indignados, y en unos minutos sonará la Novena Sinfonía de Beethoven, canto universal al tiempo que himno de la Unión Europea. 

Se agradece, ¿no? Que cada uno, con sus medios y desde su particular tarima, no deje de gritar contra aquello que confronta con su modo de pensar y, en ocasiones, con el común de los sentidos. Evidentemente, yo no estoy allí en estos momentos, pero alguna que otra manifestación llevo a cuestas. No me entusiasman, no creáis: eso de repetir lo mismo que la voz cantante, o lo de escuchar cosas que (ok) compartes frente a otras que (ko) discutes. (La masa es lo que tiene, que recuerda a un rebaño y suprime de un plumazo la crítica individual.) Sin embargo no puedo más que apoyarlas, porque son los latidos de una sociedad que evita la parada cardiaca, empujan a pensar que no todo está perdido, y recuerdan que "público" y "pueblo" comparten un origen común.

Volviendo al sordo y a su música, será un acto emotivo en el que, espero, los allí reunidos cedan la palabra a unos compases que rezuman esperanza (en minúscula) hasta en sus silencios. Y con eso me quedo, con un optimismo costoso nacido de personas que, cinco meses después, se resignan a permanecer calladas.

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