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jueves, 23 de junio de 2011

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En el sueño fallecían mis abuelos. Primero ella, luego él. De mi abuelo me daba tiempo a despedirme con un "ha sido un placer", fórmula que aplico con alumnos a quienes no tengo previsto volver a impartir clase (y con los que, efectivamente, ha sido un placer). Curiosamente, mi abuelo reaccionaba con alguna frase que venía a decir que no le despidiera tan rápido.

La primera reacción al levantarme ha sido la de llamarles para ir a comer a su casa, claro, como si el tiempo corriera en mi contra y no hiciera lo suficiente por pasar ratos a su lado. Y es que es curioso lo que uno sueña. Como aquella vez en la que mi vida transcurría en Japón, y me perdía en Tokio buscando la línea de metro que me llevara al campus (a tan sólo dos paradas). O esa otra en la que se me daba a elegir con quién irme a la habitación de hotel y, contra todo pronóstico, te elegía a ti (que vives tan lejos, a quien veo tan poco) con sorpresa final incluída. O uno en el que...

Efectivamente, despiertas con la experiencia tan reciente que la rutina de tu día a día te sabe a poco. Escuchas los planes de los otros: que si una despedida de soltera en Gandía, que si un puente entero jugando al golf, que si bodas y gymkanas... Y aquí un servidor con los dientes largos, queriendo y no queriendo a un tiempo, sudando contradicción. No me aburro, though, siempre tengo algo que hacer, aunque lo que haga no me llene del todo. Pero es esa sensación de matar las horas viviendo un continuo borrador donde diseñas fallidamente la vida que quieres y a la que te empeñas en dar la espalda, ¿no? Aprendes por tu cuenta, dando palos de ciego. Pruebas cuatricomías o alguna que otra tipografía desmarcada. Miras si comunica o no lo que quieres, si te llega o no. Si capta la atención de alguien.

Pero en el arte, como en todo, parece que nunca terminas de encontrar el bosquejo definitivo que te grite: "¡Ya está! Esto es lo que quiero."

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