Sólo piso una iglesia en bodas, bautizos, conciertos y funerales. En las tres primeras suelo vestir corbata o cámara de vídeo, según la ocasión, pero hoy me tocó la cuarta opción, y en eso no me pega ninguno de los dos complementos.
El cura comentó tras el sermón el pasaje en el que Jesús se aparece resucitado a dos que se sumaron al festín de la última cena, y hablaba de la desolación del cristiano si pensara que tras la vida no hay nada, o de que el dolor compartido pesa menos, entre muchas otras cosas igualmente profundas. La mayoría se santiguaba, cantaba las canciones y salía a comulgar. En el otro extremo la gente como yo, que cuanto más trataba de abrirme a la ceremoniosidad del acto más tonterías se me pasaban por la cabeza (hay veces en las que uno no sabe estar a la altura). Y tampoco sabe uno qué decir en esos casos; entre estar pendiente de saludar a prim@s y consortes, tíos, tías y demás conocidos, o cuidar que la camisa no se salga del pantalón... uno se ve excedido por los compromisos protocolarios, así que la doble palmada y algún "vaya palo" (frase a la altura de un prepúber) he tratado de salvar la papeleta.
No recordaba el camino al cementerio, por cierto, porque siete u ocho años hacen olvidar muchas cosas. Una vez allí, ver la cara de tus hijos mientras te portaban y la de tus hermanas mientras eras enterrada me ha hecho que se me humedecieran sin querer los ojos. (Un fallo lo tiene cualquiera.) Tantas gafas de sol disimulan muy bien una lágrima, y se me ocurre que apenas si lloramos por ti sino más bien por nosotros mismos, que te perdemos.
Me quedo con tu imagen en la cocina, con cara de muy mayor (igualita que el abuelo), con los brazos llenos de marcas, agotada pero sonriente y rodeada de dos de tus nietos. Te diría entonces eso de "cuídate" al despedirme, supongo (lo que hago a menudo), y creo que pensé: "quizá haya sido la última vez que la vea". Uno a veces quisiera saber cuándo ocurre eso, lo de la última vez de tantas cosas, para así elegir bien lo que hace, lo que tiene que decir y luego recordar todo eso con orgullo.
Como todavía no he adquirido ese poder, te lanzo un beso y un abrazo desde estas líneas. No sé si te llegarán, pero uno siempre se queda más tranquilo y sabe (porque lo leyó vete tú a saber dónde) que hay cosas que sobreviven a la muerte: el arte, el amor o el recuerdo son sólo tres de ellas.
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