No hay nada como el alcohol para desinhibir cuerpo y mente.
Es algo que tengo comprobado desde mi fase oral y en lo que me he ido reafirmando en todo este tiempo. Es algo, también, especialmente necesario para nosotros, los tímidos de oficio, que nunca nos hemos acercado a la chica para invitarla a una copa ni hemos encontrado en el espejo las razones para que fuera la chica quien se nos acercara a nosotros.
Por eso y por tantas otras cosas recurrimos al alcohol, sin duda (mientras escucho a Tom Petty) en cualquiera de sus formas. La edad, quizá, o los efectos secundarios, me inclinan por un buen (o mal) vino, porque con una copa delante soy más consciente de la brisa que agita la copa de los árboles y de repente todo entra en una extaña armonía. Uno se siente más ínfimo y más grandioso a un tiempo, y las ganas, los malentendidos, los silencios, las espinas que quedaban clavadas... se curan con las palabras que no nos dejamos dentro.
Con los actos que sólo habitaban en la imaginación.
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