Salía yo de la Casa del Deporte cuando el fotógrafo del Diario de Alcalá (con quien sólo me falta irme de cañas) entraba en el polideportivo con más prisa que calma. "Algún accidente", pensé.
El accidente se llamaba JB, y echaba una pachanga a excasos cien metros de mí sin yo saberlo... ¡Cachis! Lástima no haber cogido la cámara de un momento y haberle filmado para luego tratar de sacar tajada con las televisiones. Al día siguiente, Antena3, Telecinco y demás medios tomaban imágenes de una pista vacía donde la tarde anterior el chiquito de moda había pegado cuatro patadas a un balón entre correveidiles de Tuenti. Esa misma mañana, decenas de pubers hormonadas esperaban a la puerta del Parador esperando procrear en una esquina con el tío del flequillo, que seguramente andaría cascándose una gañola en su suite mientras probaba algún juego nuevo en la XBox.
La vida es extraña a veces. Justin Bieber fue descubierto por pura casualidad en Youtube por un ojeador con flor y convertido poco después en un envase reciclable sin código de barras. Y yo, que siempre fui curioso para lo que no me sirve y desganado para lo importante, dejé escapar una bonita oportunidad para marcarme un tanto. Aunque fuera en propia puerta.
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