El último adiós a mi (última) carrera se lo di de forma improvisada. Celebrábamos la graduación, todos de punta en blanco y algunos más gochos que otros. Es una pena muy grande que no me emborrachara esa noche, pero supongo que cuando cenas mucho y te hinchas a cerveza es complicado. Al menos para mí.
Una semana después del último examen estábamos en un local de moda al lado de Serrano. Eran las tantas, pero no las suficientes para considerarse especialmente tarde en una noche como esa, y yo no es que estuviera especialmente cansado, pero llevaba una buena semana de trabajo en la productora y me tocó ir prácticamente de empalmada de la oficina al acto. Se suponía un día señalado, en cualquier caso: era mi primera graduación (me fumé la que me habría correspondido con la otra carrera) y eso de que te nombren, te den un diploma entre aplausos y compartas ganchitos con compañeros, padres, hermano y demás pone cachondo a cualquiera.
El caso es que andaba yo de aquí para allá, haciendo amigos, y en un momento dado de la noche me supe bastante solo, ajeno a todo aquello y tremendamente consciente de lo poco que pintaba en ese escenario. Realmente había dejado la carrera meses antes, sólo que seguí yendo a clase y examinándome para que a cambio me regalaran un título más. Y hasta entonces. Decidí salir un momento del local a tomar aire, y recuerdo verme un segundo apoyado en la pared de la entrada, mientras Tomás y algunos de sus colegas entraban entre risas al local sin reparar en mí. Fue gracioso cómo interpreté aquello, pero efectivamente supuso una foto muy clara de mi estado de ánimo. Me asomé a la calle y resolví dar una vuelta a la manzana, yo conmigo. Mi única preocupación supongo que era no cruzarme con nadie conocido que me preguntara eso de "adónde iba" para no tener que inventarme nada convincente. Afortunadamente no sucedió, y al doblar Serrano vi la Puerta de Alcalá más cerca de lo que pensaba.
No sé por qué había ubicado el local mucho más lejos de esa imagen, pero una cosa llevó a la otra. Quedar a escasos metros del monumento hacía de Cibeles un objetivo factible. Y con la diosa a la vuelta de la esquina, coger el 4 a Avenida de América un trámite sin mayor difcultad. Una vez allí, el búho hacia Alcalá no sería más que un delicioso viaje a los orígenes que me surgió casi casi necesario. La noche invitaba a quedarse en la calle, y el resto os lo imagináis.
Así surgió, y así ocurrió.
Las despedidas nunca llegaron de forma oficial, y no creo que nadie me echara especialmente en falta entre tanta copa, tantas risas y tantos motivos para brindar por el fin de un ciclo.
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