Vistas de página en total

domingo, 1 de abril de 2012

Por muy bonito que quede

eso de que somos protagonistas de nuestra propia película y demás, es un bulo. No se lo digas a nadie.

La regla número uno de un montador es: si lo quitas y se entiende, hazlo. Aquí no quitamos nada, así que no todas nuestras secuencias sirven para hacer avanzar la acción, y es una pena, porque hay puntos suspensivos donde no sucede nada, y aunque no hay cumbre sin valle, a todos nos apetece muy de pascuas a ramos (nunca mejor dicho) eso de separar la paja del grano. Así que no, esto no es un guión fruto de la imaginación de algún loco, aunque eso de que todos compartamos el mismo epílogo nos pueda confundir de mala manera. Me niego a creerlo, vaya.

De todas formas, todos nos imaginamos respondiendo a un beso de Audrey, levantando la mirada a lo Bogart o replicando como cualquier personaje de Wilder, y nos descubrimos tarareando esa banda sonora cuando te acaricio o al terminar de esprintar. Si la ficción se apoderara de mí, sin duda sería un secundario de lujo, de esos que ves tantas veces en tantos títulos que acaba por sonarte por defecto, aun no acordándote de su nombre. De esos capaces sin embargo de robar plano a nuestro héroe, que cumplen su función de contrapunto fingiendo ser simpático al principio para revelarse en el tercer acto como un ser profundamente atormentado, que se sabe en la distancia, y que abre las puertas a que algún productor con vistas tire de su potencial para un spin-off con garantías.

No hay comentarios:

Publicar un comentario