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domingo, 28 de agosto de 2011

Juventud

Divino tesoro. 

Ver a todo ese colectivo en el parque del mismo nombre ponerse hasta las trancas es algo que siempre me recuerda a los tiempos en los que no había preocupaciones, y se convierte año tras año en una foto en la que sólo cambia quien la observa. Pero no, yo también me resisto, oye, y me bajo mi botella de ron, mis hielos y echo un rato (a falta de pinchito) en la hierba, haciendo bueno el mito de que los jóvenes sólo sabemos (sí, me incluyo) beber. 

Mentira.

Imágenes, insisto, como la de anoche, la de anteanoche, la de anteanteanoche... no ayudan a corregir el dicho, que no obstante encierra parcialmente una verdad como un templo. Y me consuelo al saberme valedor todavía de poder cerrar las peñas el último día de ferias, aguantar más que otros y que las canas no me hayan quitado las ganas de subirme a las tarimas. Sí, ya no me lío la camisa a la cabeza mientras me hago fuerte en el dance floor, pero vaya. Lo malo viene después, cuando tras sortear los ríos de orina que inundan los alrededores de mi portal despierto al día siguiente con la eterna promesa de no volver a beber tanto, que el oxígeno da vida y la quita (eterna paradoja) y a los que andamos algo oxidados se nos ve el plumero tras la capa de maquillaje.

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