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viernes, 15 de julio de 2011

La luna

se muestra estos días como un faro especialmente necesario para los que andamos con la brújula algo estropeada. La frescura de las noches, un cielo despejado y mi futuro incierto son ingredientes que combinan de manera interesante con el brillo de su periódica plenitud, y la hacen especialmente atractiva a los ojos de un neófito (como yo) de la causas perdidas.

Guardo en el cajón el fotograma de tu estampa, con tu bolso diminuto colgado de tu hombro derecho, de pie apoyada junto al arco oxidado junto al río, observando (pensativa) el mismo astro del que escribo, casi lleno. Fue eso, la vigesimacuarta parte de un segundo, lo que pude observar tu silueta al atardecer, y fue sin embargo tiempo más que suficiente para preguntarme tantas cosas sobre ti que necesitaría, al menos, de una vida para obtener las respuestas.

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