Visto de lejos, el diseño del cartel recuerda a las aspas de un molino, y el mensaje que predica, animándonos a tomar la calle, nos devuelve a lo sucedido hace casi un año, cuando muchos parecieron despertar de un largo invierno.
Llego a las estación mucho después de la inmensa mayoría, cuando los paraguas rojos ya no tienen periódicos que repartir y los vagones avanzan más vacíos que repletos. Muchos bajan en Torrejón, e imagino que entrarán a las nueve, como yo, sólo que mucho más cerca.
A gran escala, todo es confusión. Las protestas se suceden y los gigantes comienzan a derrumbarse fruto de su propio descrédito a lo largo de los años. Vergonzoso. Todo nos lo tenemos que imaginar, porque no hay nadie que se quiera sentar a explicárnoslo como si fuéramos niños de cuatro años, y son pocos los que tienen ganas de estudiarlo por su cuenta. Para que luego hablen de pizarras electrónicas... ¡Ja!
Hay días que me vence el sueño, otros en los que me obligo a leer el periódico o un libro no muy grueso, por motivos meramente logísticos, y otros donde dejo perder la vista hacia el mágico influjo de la catenaria. Si me despisto, soy capaz hasta de fijarme en las pintadas, como esa que reza aquello de: "¿Vas a algún sitio, o sólo vas?".
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