Te encuentro a través de un tele. Rompo el fondo, logrando así un cuadro más interesante para cogerte esa sonrisa que (intuyo) vendrá en unos segundos. La contienes... ¡sí! Captada. Busco un general, para cubrirme. Aguanto un tiempo, pero el realizador no me pincha y es normal. Cubro detalles, recursos, escuchas, y de cuando en cuando pruebo a ver algún paneo. No me da más el ingenio. Los perfiles son muy arriesgados, sí, pero son propiedad del de enfrente y combinarlos haría saltarnos el eje con pértiga y carrerilla. Me falta perspectiva a ratos, pero lo achaco a la falta de costumbre. Nada de perfiles entonces (ni siquiera conmigo). Alguna vez se intenta, though, viniendo del frontal, pero con poco acierto: el individuo es un muelle que marcha de atrás hacia adelante, indefinidamente.
Como en todo, hay favoritos (o eso dicen) y uno siempre acaba buscando a los mismos, que se convierten sin querer en los protagonistas de tu historia. Pero cuidado, porque son ellos los que te eligen a ti, y no a la inversa. La realidad entonces es dueña y señora, y tú un mero bufón al servicio de la corte. ¿Qué fue antes: la historia o el narrador? ¿Tú o mi imagen de ti?
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