Regreso de festejar la noche (erróneamente) más corta, ésa que no coincide con el solsticio de verano, y en donde se encienden hogueras para dar más fuerza al Sol, que a partir de dos o tres días atrás comenzó a debilitarse.
Es fácil encontrarse a uno mismo tras el baile de las llamas, mientras siente cómo se le quema la cara, se le dilatan las pupilas y cobran vida los sueños de una noche de verano. Celebra uno su propio parto, y al tiempo quema promesas talladas en un papel, otorga digno entierro a sus apuntes, ensaya el salto de longitud y apura la espuma de su cerveza. Todo es bonito en San Juan, como aquel año en el que me prometí a mí mismo tantas cosas.
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