Las mudanzas nos ponen frente a frente con viejas cajas de zapatos donde yacen las cartas, a modo de ataúd. Sobres acolchados con alguna foto escondida, la esencia de mil perfumes o una cinta de tu pelo. Miles de palabras con un abanico de fechas y remites tan dispares que recogen lustros parcialmente olvidados. Trazos tan hermosos que despolvan nuestra juventud, y todo lo que arrastramos con ella.
Nada reemplaza la calidez de un sobre, y por eso enterramos al sello y fichamos a un becario que escribe tweets, emails y demás publicaciones de tres al cuarto sin contrato ni Seguridad Social. Porque la inmediatez devora lo importante, y más tarde o más temprano formaremos parte del menú.
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