El reloj digital de la radio parpadeaba desde hacía 23 horas y 59 minutos, exactamente el tiempo transcurrido desde que se fue la luz en casa. Probablemente saltó el limitador por exceso de consumo, nos ocurre alguna que otra vez por las noches, pero yo no estaba en casa para confirmarlo.
Un minuto más tarde saltó la radio y me pilló de improviso. Escuché entonces una frase que ponían en boca de Rubalcaba y que parecía haber empleado en el prólogo de un libro. Decía algo así como que un policía debía ser una buena persona. El escritor, presente en el estudio, estaba de acuerdo con esa afirmación e iba más allá, aseguraba que ser una buena persona te abría las puertas, y que las flores que uno sembraba las acababa recogiendo.
Yo, mientras, busco puertas que abrir y todas parecen necesitar de una llave que no tengo.
Me creo una buena persona, por lo menos, y no está mal. Es de las pocas cosas positivas que me creo y tengo que lucir el vestido de vez en cuando. A veces, de bueno tonto, pero eso es otra historia. Me viene entonces a la cabeza una escena de El Abuelo que me escarpa. “No se puede ser tan bueno” o algo parecido decía el maestro. Y no me comparo.
Si recojo o no recojo no es la pregunta, es si siembro o no siembro. Lo demás tampoco es lo más importante. Si llega, bienvenido, y si no, tendré que seguir sembrando. O intentándolo al menos, no nos vayamos a creer un santo.
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