Me hace cierta gracia cada vez que alguien me cree bohemio. Quizá sea porque en su día llevé el pelo largo, o me puedes ver con pendientes y con barba de un mes. Será porque voy en bicicleta y me importa un pedo la ropa de marca. Puede que porque he elegido una vida alejada de corbatas y oficinas (o la vida me ha elegido a mí, no me queda del todo...), porque fumo porros si la ocasión se presenta o me bebo una litrona como otros un vaso de agua. Debe ser eso.
Pero en el fondo es como llamar hippie a quien gusta llevar ropa colorida o culto a quien tiene la Wikipedia entre sus favoritos. ¿Qué tendrá que ver? Y ojo, no me incomoda que me lo llamen, un honor y yo agradecido, pero creo que tendemos a la etiqueta fácil y a confundir a veces churras con merinas. Yo sólo trato de ser coherente con mi forma de pensar, que ya me cuesta, y me vendo fácilmente por un plato de sopa. Si eso es la bohemia, bienvenida, y de paso que venga con una de catorce.
Me conformo con poco.
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