Fingió correr, huyendo de la niebla. Trataba de alejarse de donde la vergüenza es más torera que el deseo, y no se le ocurrió mejor escondite que su propia casa. Cruzó a zancadas el jardín. Sin tiempo para usar la llave, resolvió cruzar por la mirilla, encogiéndose infinito. Tanta prisa tenía. Subió de un brinco a la buhardilla y se escondió dentro de un jarrón. La niebla llamó a la ventana. Toc toc. Del susto, cayó el jarrón y estalló en mil pedazos. Niebla y él se miraron, por vez primera. Abducido, despertó y se asomó a la ventana. La niebla seguía ahí. Quiso romper el cristal y que el vapor se escondiera también bajo la cama. Funcionó. Y así pudo ver por fin por su ventana. Y vio una estrella fugaz.
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