Acabo de escuchar esa canción.
Ésa que me escarpó la piel desde el primer anfiteatro y me hizo amar al mundo. "Oh, Señor, óyeme, sé que Tú siempre escuchas mi voz." Valjean pide algo entre violines por vez primera y única en toda su vida. Y no lo hace por él. Es un gesto extremadamente altruista y dolorosamente honesto. Fue bonito.
No somos Valjean, pero queremos serlo, y esta noche trataremos de imitarle por un rato. Trataremos de ofrecer una sonrisa. Un mensaje positivo y un "te quiero" al vecino. Porque en el fondo hay algo bueno en todos nosotros, y si no lo creo así de qué me serviría escribir esto. Sea lo que sea, puede además que sólo necesitemos una pequeña excusa de cuando en cuando para querer manifestarse, así que atémonos a una cama, giremos el cuello 360º y dejemos que ese demonio grite en arameo cosas inútiles y hermosas. No basta con sentirlo. Hoy no, porque lo mismo hay alguien que da un paso al frente y nos da un abrazo en respuesta.
¿Hipocresía? Tal vez.
Mañana no nació nadie en un pesebre. No lo celebremos. Los antiguos miraron arriba, vieron un círculo grandote y amarillo y le hicieron una fiesta con panchitos y carracas. El resto es mentira. Pero para eso hay otra canción (es la magia de Broadway) que te llena algo por dentro y te obliga a levantarte en armas, echarle cojones y cambiar de una puta vez este planeta.
"Otra vez, un día más, sale el sol."
Feliz Navidad.
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