De todos es sabido que la llegada de la primavera incita al retoce por los parques y a la búsqueda de la perpetuidad. Por eso hay tantos cumpleaños en Diciembre.
Te tengo en la agenda desde hace tanto que mirar más atrás me exigiría una sesión de hipnosis. Hemos pasado por huevo y medio de cosas juntos, nos hemos conocido más etapas que La Grande Boucle y no necesitamos decirnos nada para somenternos a un análisis de retina.
Recuerdo cuando se me jodió la bici y me esperaste en la reserva. Y cuando te chinaste en el poli por acabar yo hasta el rabo y dejaros con uno menos. Hay de todo, veinte años largos dan para mucho. Sellamos el pacto de sangre con esta década, y nos dio por quedar y querer cambiar el mundo. Reconocía en tus fases esas mismas por las que yo ya fui pasando con anterioridad: tal vez fui un adelantado. Mi recuerdo más nuestro es esa noche en Florencia, cuando tú cojo y yo perdido te gritaba que no podía confiar en ti, y tú me rogabas que no te abandonara. Vaya dos. Mejor pasar la noche en la calle pero juntos, y haciendo hueco al chihuahua. Los viajes así se llevan mejor con alguien al lado con quien tomarse una botella de vino, a pesar de las disputas.
Hace un siglo me dijiste que fuera de un aula no tenía ni idea. Lustros más tarde me acusaste de ser más fuerte que tú. Sin acritud ;) Ni una cosa ni otra. He mirado alrededor con mis propios ojos, creo, eso es lo que nos hace diferentes el uno del otro. Y no pasa nada. Si a pesar de la distancia, si a pesar de no llamarte, si a pesar de tanto humo, somos capaces de encontrar complicidad con una tontería que sólo tres o cuatro personas comprendemos, resulta que no ha cambiado nada, y que todo es más sencillo cuando nos limitamos a mirarnos a los ojos y a reírnos de nuestra propia hipocondría.
Señor de la flor, que cumplas infinitos.
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