Para los romanos, que eran unos cachondos, la parte más importante del día era aquella en la que disponían de tiempo libre, sin beneficio económico alguno: el ocio. Solía ser la tarde, puesto que la mañana quedaba para aquello que no era ocio, esto es, el negocio: toda actividad por la que obtenían remuneración. That simple.
Deberíamos echar la vista atrás más a menudo a estos tíos, que encima sabían latín (los muy canallas), y no sólo para visitar anfiteatros, pisar calzadas o estudiarnos medio temario de primero de Derecho. Estos sí sabían hacer las cosas bien, con sus termas, sus bacanales y sus tertulias por el foro. Grandes ellos.
Porque hoy lo de la negación del ocio lo llevamos más o menos bien, ¿no? Vamos, que nos hemos metido en una crisiceja de nada por culpa de cuatro despitadillos sin malicia, pero de todo se sale, coño, seamos optimistas. Pero ¿y lo otro? Ay, my friend!, lo otro lo tenemos guardado en el cajón del olvido, sí, sí. Y no es ninguna mentira: curramos como nunca y la mayoría encima no tenemos dinero, tenemos acreedores, que tiene que ver pero se parecen lo mismo que un "tubérculo" y "vertuculo". Not the same. Y sí, salimos mucho, vamos a los grandes centros comerciales, tapeamos, vamos al cine, al teatro, de tiendas, unas copas, patinamos, vamos a esquinar, nos tiramos de un puente sujetos a una cuerda y buscamos microescapadas de un día en esa casa rural hipermona para olvidar todo lo anterior... bien, bien. Pero los romanos se lo montaban de otra forma, no sé. Lo de "tiempo libre" adquiría un significado más literal, ajeno a convencionalismo, ataduras, estreses e industrias varias. Era, sencillamente, eso, la suma de "tiempo" más "libre".
Todo un mundo nuevo, anclado en el pasado, y cuya carencia se ha vuelto un poco losa para mí.
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