De niño recogía las monedas que encontraba por el suelo, y de mayor me descubro roto cuando mi padre me sugiere al teléfono que encuentre otro trabajo. "Eso intento -le digo-, no sigas por ahí." Una sensación incómoda para mí, la de verme dando lástima entre quienes apostaron alguna vez por un chico prometedor. Tiempos de ahorrarse el orgullo, apretarse algo más el cinturón y convertirse a alguna religión que me asegure eso de que todo saldrá bien.
Cuando me alojaba en hoteles costeados por la empresa, limpiaba yo mismo la ropa para así no cargar los gastos de lavandería en la factura. Hay gente que nunca sirvió para ser espabilada, y luego nací yo.
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