Es asombroso lo que uno puede ver
cuando se sienta a mirar.
Supongo que hay gente propensa a excitarse fácilmente, sobre todo cuando habla de sí misma. Gente que se gusta, que encuentra su lado bueno en el espejo del ascensor, aunque viva en un primero. Gente que no pone freno al relato de sus propias experiencias, y cuyas decisiones están condenadas a ser las más juiciosas. Gente casada con la razón, a la que todo le queda bien, y cuyo gusto al distinguir lo estupendo de lo horrible no conoce rival a este lado del río. Esta gente trabaja en la empresa número uno, disfruta de los compañeros más geniales y planea unas vacaciones que son la envidia de sus amigos. No saben pedir perdón, pues nunca encontraron motivos para hacerlo y, a veces, hasta dan asco.
Supongo, también, que siempre podemos establecer dos tipos de personas: los que adoran el amarillo y los que no; los que nacen con estrella y los que nacen estrellados...
Los hay también que, como yo, no saben muy bien en qué bando declararse, pues en el fondo somos hormiguitas en un escenario infinito, y a quien nos mira le suda un pie todo esto.
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