Pronto cambiaré la imagen de tus piernas por otra estampa, quizá igual de bonita (pero distinta). Ya no me acompañará cada mañana que salgo temprano de casa, camino de la oficina, de correr o de ir a tomar mi café tan necesario. Cambiaré las papeleras llenas, las aceras sucias y las baldosas de hace cuarenta años combinadas con las más recientes, levantadas por el empuje de las raíces. La funda de tu raqueta por otra más nueva y quizá más grande. El nombre de mis vecinos por otros nombres, otros gestos y otros saludos que sin duda tendré que aprender a reconocer e ir asumiendo como algo familiar.
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