Me dio por fijarme en sus calzados. Del calzado se puede aprender mucho de una persona, decían en la película, y me suena que Pérez-Reverte escribió algo parecido. Cuánto ha andado, dónde ha estado, qué ha visto...
Estaba sentado en una silla del hall, leyendo tu libro. Haciendo el esfuerzo por leer tu libro, mejor dicho (no suelo concentrarme con tanta gente a mi alrededor). Empezaron a entrar por grupos, y opté por sus pies antes que por sus caras. Menos violento.
Ellos eran mucho más previsibles, sin duda, sólo uno vestía "zapatos", y no eran tales, pero fue lo más parecido que encontré. El resto deportivas de toda clase y de todas marcas. Naranjas, blancas, negras, con más o menos suela, abrochadas o no. Más o menos de vestir. Me llamó la atención la ausencia de zapatos. Yo llevaba zapatos. A veces. Pero eran otros tiempos. Y era yo.
Ellas mostraron más variedad, sin duda. Las había hasta en tacones, para parecer más altas, tal vez, o más mayores. Zapatos abiertos, cerrados, en bota, botas, tacón sí, tacón no, zapatillas, trainers, Converse... Supongo que hay más fondo de armario para el sexo opuesto.
Desfilaban todos como en una pasarela, luciendo sus pies y sus andares, y destaqué entre todos el de ese chico que caminaba de puntillas, como en El lago de los cisnes. Mirándome algunos, reconociéndome otros como el apático de la bicicleta fea, ignorándome la inmensa mayoría. Y yo con su calzado de estreno, inmaculado y seña de identidad para algunos, sabiéndolos a miles de kilómetros de mi cabeza.
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