No hace mucho escuché de etapas y metas. Decían que en los veinte uno va forjando sus ambiciones personales, formándose adecuadamente para lograrlas y sembrando lo que a partir de los treinta empezará a recoger.
Chorradas. Dentro de unos pocos días mi edad será múltiplo de diez, como la tuya, y no me reconozco en eso.
Cuando te aprendía me daba cierto morbo decir a qué me dedicaba: “Técnico de equipos industriales de análisis químico por fluorescencia y difracción de rayos X”. Sonaba bien, pero eran palabras vacías. De eso me di cuenta después. Contigo y tal vez gracias a ti (no me queda claro) quise dar un golpe de timón y virar el rumbo. Lo viviste, de principio a fin. Mi tensión cuando me sentía mal en el trabajo, el peso que me quité cuando me decidí, mi incertidumbre sobre el futuro, la decisión final, mis ganas al comenzar la nueva etapa y un cansancio progresivo. Mis ganas de nuevo, al dejar atrás otro cartucho quemado.
Y hasta ahora.
Tú siempre lo tuviste claro, aunque haya visto cartuchos quemados también por ti. Bajo la ceniza no obstante el mismo sueño de muchos años. Sueño que nunca perdiste, a pesar de los pesares, y que espero nunca te dejen perder.
Me brindaste un pedazo de ese sueño y lo hice soplo necesario para querer buscar el mío. Me subiste al escenario para intuir la platea. Desaparecí con aplausos y me escondí en ti. Bailamos entre candilejas, tropezando a veces, y concluyó la función. Dejamos de ser actores y pasamos a ser personas.
¿Y ahora qué?
Ahora no tengo por qué hablar en pasado, y las palabras que quedan por decir que así se haga en el futuro. Que sean muchas, que sean bonitas y se escriban en letras compartidas.
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