Mi padre estaba afeitándose en el baño y mi madre acababa de subir del parque con mi hermano. Mi padre tenía puesta la radio para escuchar las votaciones cuando sonó todo lo que ya sabemos, y ambos fueron corriendo a poner la televisión de la cocina para poner cara a todo lo que ya hemos visto tantas veces.
Yo mientras estaba a mi rollo, tirando de placenta e imaginándome qué forma tendría un tricornio, y treinta años después parece hasta que el tío del bigote tiene su gracejo y todo, sobre todo cuando dice en perfecto castellano eso de "¡sesienten, coño!". Mellado zarandeado por los asaltantes, eso sí que me sigue impactando, concepto aparte de todo aquel embrollo.
Alguna vez he oído eso de que bien podría haber nacido con los grises dando garrotazos de nuevo, pero por suerte lo hice con Naranjito, una imagen mucho más alegre (dónde va a parar). Me pregunto bajo qué color nacerán los libios del futuro, y si verán en Gaddafi una mala copia de lo que es para poder escupir sin miedo a su foto sin miedo a represalias.
El efecto dominó en el norte de África parece no obstante esperanzador y en cualquier caso un hecho histórico. Parece también que los jóvenes del siglo XXI, los mismos que tienen acceso a Internet y a las redes sociales, ya no podrán conformarse con ver, oír y callar cuando hayan descubierto que, en otros muchos países, muchos antes que su generación, la gente salió a la calle pidiendo libertad, justicia y democracia. Y algunos hasta lo consiguieron.
Hay personas que se saben con el poder y el deber de liderar ideas, pueblos y discursos. Me parece bien. Lo malo es cuando no estar de acuerdo con ellos lleva al ostracismo, a la muerte o a algo mucho peor.
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