Son tiempos en los que los padres son capaces de (casi) todo por sus hijos, no así al contrario. Siempre habrá sido de esta forma, supongo. Estará en nuestro ADN, porque solemos oír hablar de lo de perpetuar la especie, no de honrarla.
Así que nos descubrimos como profundamente egoístas (los hijos), las cosas como son. Se nos llena la boca de peticiones "barra" exigencias con pataleta de por medio si no se ven satisfechas en tiempo y forma adecuadas. Madre y padre fueron esas personas mayores que de la noche a la mañana dejaron de ser dioses para mostrarse infinitamente humanos. Perdieron el cetro, y en su lugar nos regalaron un extenso tomo ilustrado repleto de incontables deficiencias. Será el precio por no haberlos visto nacer, ni haberlos amamantado ni limpiado el culo de pequeños: experiencias todas que generan cariño y amor incondicional, sin duda, pero sólo en un sentido. El hijo (y paso de poner '/a' en sentido homenaje al género neutro) será en cambio un proyecto vital del que se espera le toquen tiempos siempre mejores, disfrute de todo lo que tú no pudiste, tenga claro que tiene que hacer separación de bienes y, cuando te sepas un estorbo, se acuerde el primer lunes de cada mes de ir a visitarte a la residencia, con algún reproche en la cartera.
El día del padre fue una farsa, plas plas plas. Cuento los días para que llegue el de la madre, y no cambiar de opinión en este intervalo.
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