En cada entrevista me preguntan lo mismo. ¿Por qué estudiaste la ingeniería? Supongo que quieren escuchar un discurso bien estructurado y unas razones que pongan cachondo a cualquiera que pase por allí, pero lo único que se me ocurre es devolverles la pregunta: ¿tenía usted claro qué estudiar con 17 años? Yo no.
Es complicado evaluar si me arrepiento o no de haber estudiado esa carrera. Me duele más bien el no haber sido alguien comprometido con aquello a lo que regalé algunos años. No supe reaccionar a tiempo, supongo, por miedo, pereza, compromiso hacia una decisión adquirida y, sobre todo, por inercia. Me limitaba a ir a clase, a estudiar unas semanas antes de exámenes y a sacar hasta buenas notas. Es lo que se me daba bien y lo que hasta entonces siempre había hecho, pero uno rara vez percibe la dimensión de sus actos en el presente, y necesita de cierta perspectiva para darse la vuelta y no convertirse en sal. Lo que siempre escuché, eso de que es una época donde nos jugamos más de lo que creemos, cobra entonces su sentido, y das la razón a quien dijo que somos esponjas deseosas por encontrar nuestro lugar en el mundo.
Yo lo fui (esponja) y por suerte todavía creo serlo los días pares. Sigo buscando el lugar, though, como dice la canción, y creo también que no hay que perder de vista las flechas que, aparte de señalar el camino, nos susurran al oído que nunca, pase lo que pase, hay que dejar de caminar.
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