Con su brillo menguante y el ladrillo taponando cualquier otra fuente imaginable, la luz del noveno de la torre cinco se filtra sola por mi ventana, trazando un hilillo sobre la colcha que insinúa la silueta de una bolsa improvisada y los pliegues de una camiseta huérfana de mi cuerpo. La fotografía perfecta para una noche de amor inexistente, que me anima al descubrirme (tantos años después) fijándome en esas cosas.
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