Resulta fácil escribir bajo la sombra de una pérdida, así que no me otorguéis ningún mérito por hacerlo ahora, tras tantos días. Se han acumulado los temas, es cierto, los he apilado tras ese sofá pendiente por trasladar, y de repente una llamada como tantas otras hace que desempolves la capa de la pereza y te den ganas a retomar una rutina que surgió como propósito y creció hasta la necesidad.
Es cierto, me costó verte bajo el maquillaje. Tenías la cara hinchada y el gesto sereno, muy al contrario de como te recuerdo, siempre tan delgado y con una sonrisa (o una copa) de más. El resto aguardamos fuera, echando algún cigarro y hablando (poco) de cosas triviales. El paraje era bonito, de esos en los que en otro contexto te apetecería dar una vuelta y digerir de forma más relajada cómo la luz del atardecer recorta la silueta de unos árboles de los que apenas si conoces el nombre.
En noches como la de ayer, en cambio, simplemente estás, que no es poco, apenas te mueves del lugar y piensas en cómo encarar el gesto de dolor de unos y otros. Te enciendes otro cigarro y das gracias a que a uno le dejen fumar aún en ciertos rincones. Te preguntas qué harías tú en estos momentos, y no es difícil imaginarte en el bar, brindando por los que ya no están con una cerveza, o tal vez con algo más fuerte.
En noches como la de ayer, en cambio, simplemente estás, que no es poco, apenas te mueves del lugar y piensas en cómo encarar el gesto de dolor de unos y otros. Te enciendes otro cigarro y das gracias a que a uno le dejen fumar aún en ciertos rincones. Te preguntas qué harías tú en estos momentos, y no es difícil imaginarte en el bar, brindando por los que ya no están con una cerveza, o tal vez con algo más fuerte.
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