El verano agoniza, y hordas de universitarios invaden ya los andenes en busca de su felicidad.
Recuerdo muchos matices en estos meses pasados, como los zapatos que calzaban los judíos ortodoxos de Stamford Hill o el tipo de baldosín rojo al regreso de la playa, y en ese escondite pienso que el verano, como el resto de estaciones, no son más que diferentes estadios por los que solemos viajar.
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